Milcíades Arévalo es un periodista cultural colombiano, editor,
dramaturgo y escritor de novelas y relatos, nacido en Chía (Cundinamarca) en
1943.
Durante su vida, Milcíades Arévalo se ha movido en los más
diversos territorios de la cultura como fotógrafo, vendedor de libros,
publicista, jurado en concursos de cuento y poesía, conferencista de literatura
colombiana, editor de libros, corrector de estilo y participante en docenas de
encuentros intelectuales; pero su labor más destacada la ha realizado como
periodista cultural y escritor. En 1972 fundó la revista Puesto de Combate que
ha publicado y dirigido desde entonces.
Milcíades Arévalo es autor de:
El oficio de la
Adoración. Bucaramanga, Colombia: Editorial UNAB. 1988.
Inventario de Invierno
(Cuentos juveniles, 1995)
Cenizas en la Ducha.
Medellín, Colombia: Editorial Universidad de Antioquia. 2001.
Milcíades Arévalo ha alcanzado las siguientes distinciones:
Primer premio en el Concurso de cuentos Gobernación del
Quindío (1983)
Primer premio en el Concurso de cuento Testimonio (1986)
Segundo premio en el Concurso de novela Ciudad de Pereira
(1985)
Segundo premio en el Concurso de novela Ciudad de Pereira
(1991)
Un cuento de Milcíades Arévalo:
EL CABALLO DEL VIENTO Y LA MUCHACHA DESNUDA
Milcíades Arévalo
Un sueño es una escritura, y hay muchas
escrituras que sólo son sueños.
Umberto Eco
El día que leí mi primer
poema comenzó mi desgracia.
Si bien es cierto que
ya había leído a Blake y a los poetas judíos de Toledo, todavía no era capaz de
confundir a la congregación con poemas
de este tenor: Ecia vlume veldé, eninoc qu, que en idioma vulgar no era otra cosa que una letanía de amor. Tal
vez por eso y sólo por eso, y también para castigarme contra las tentaciones de
la poesía, el prior del monasterio me
mandó a refrescar el magín al río.
No había terminado de saborear el agua, que a esa hora de la
tarde era de vidrio, vi a unas muchachas bailando en la orilla opuesta al
son de un laúd, tanto que no parecían lo que eran sino plantas ornamentales,
flores, parte del paisaje -digo, es un decir-. ¡Oh, hermosas muchachas!
Para comprobar lo que veían mis ojos, presto me zambullí en lo
más terrible de la corriente, luchando a brazo partido contra la muerte,
desorientado como un pez en extrañas
aguas. A punto de saborear mi primer triunfo contra las tentaciones del
demonio, las muchachas comenzaron a
gritar en coro: “¡Cuidado con las serpientes! ¡Cuidado con la fauna acuática!
¡Cuidado con lo que no ve!”, porque a decir verdad yo parecía un tronco a la
deriva. Tan pronto hube llegado a la orilla opuesta sentí como un suspiro de
agonías y caí de rodillas ante la más bella.
Ella se quedó mirándome como si acabara de encontrar la
dicha, para que las demás muchachas se
murieran de envidia o se tiraran los pelos de pura rabia o se fueran a sus
casas a morderse los labios delante del
espejo y nos dejaran solos para besarnos
de la manera más deliciosa
Después de muchas cabriolas y equilibrios, ella desenfundó
mi sexito, duro y templadito como un puñal de acero y comenzó a cabalgar sobre
mí cuerpo corriendo desbocada, descocada, vaiviniéndose, haciendo olas con su
pelo, ¿qué podía hacer yo bajo su cuerpo de luna refulgente? –¡Válgame Dios!–.
Ella no quería oírme, sólo huir hacia ninguna parte, sentadita sobre mi puñal de tormento, con el pelo al viento, sin zamarros ni
espuelas de plata.
Cuando empezaron a sonar las campanas para la víspera, ya no había nada más que hacer, ni caballo ni
muchacha desnuda huyendo sobre el lomo del viento, sólo la mañana de un nuevo
día temblando entre los árboles, vino el prior a buscarme. Al verme en tal
estado, desnudo y hambriento, enredado entre las zarzas de mi propia desgracia,
con el seso perdido de un miserable Lázaro, me preguntó qué había pasado
conmigo.
Todo se lo conté. Sin embargo, fue como si no me oyera. En volandas me trajo
de regreso al monasterio y me puso a comer arañas en un rincón de la biblioteca de la venerable
congregación, para que no olvidara jamás
mis propósitos iniciáticos y pudiera dedicar mis horas de holganza a otros
virtuosismos más doctos que el amor.
Desde entonces, héme aquí, tratando de olvidar todo lo
acontecido a la orilla del río, en el sendero del bosque donde aún pastan el caballo del viento y la
muchacha desnuda.
Una entrevista Milcíades Arévalo:
Blog personal de Milcíades Arévalo:
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