8/21/2016

Sustancias que nos sobreviven


A continuación, comparto unos poemas del libro Sustancias que nos sobreviven, de Alejandro Cortés González. El libro fue publicado en 2015 por la Universidad Industrial de Santander.
Al final podrán encontrar unas palabras que el también poeta Guillermo Martínez González escribió a propósito de este libro.









Los aguaceros

Todos tenemos unos zapatos que llaman los 
/aguaceros:
los más blancos
los que más grabados de calle traigan en la suela

Acuérdate de mis zapatos de lona blanca
Te parabas en ellos y éramos la misma sombra
Aunque la suela fue desprendiéndose de la costura
tu pie nunca tocó el suelo

Acuérdate de ellos tirados bajo la cama
en un crujir de tablas
Su boca tragaba los ácaros de la noche
y recibía mi pie desnudo
para ir a desayunar

Acuérdate de cuánto te espantaban la vejez y 
/suciedad que afligían a sus telas
Es una epidemia -pensarías-
que se extiende por mi pie y por el tuyo
y nos contagia todo
La suciedad no enloda si el recuerdo es limpio
la vejez no corroe si el recuerdo es joven
lo que mata no es la muerte
lo que mata es el olvido
Entonces acuérdate de que lavar esos zapatos
invitaba a la lluvia y al agua de charco
a entrar por donde la suela se alejó de la costura

Acuérdate de los saltos para huir de la tormenta
y escampar en los cobertizos
Tus pies empinados encima de mis zapatos
para que bajo el paraguas existiera el beso
Acuérdate
hoy que llueve
y es de noche
y no estás conmigo
Seremos distancia
nos haremos viejos
pero nuestra edad siempre será la que teníamos 
/en el último recuerdo

Rescaté mis zapatos cuando los exiliaste al armario
Corrieron con los tuyos y nadie estuvo solo
se pararon bajo los tuyos y ambos estuvimos a salvo
porque las aguas no pudren si el recuerdo es limpio
las noches no tiznan si el recuerdo es diáfano
tú ya sabes qué es lo que mata
acuérdate
hoy que llueve
y es de noche
y estás lejos
y no me nombras
como mis zapatos
nombran los aguaceros.






Satélite

Esto fue lo que tu nieta menor dijo la noche que perdió su premier globo: “Se rompió mi bomba, por eso la luna me acompaña.” Le contó lo sucedido a los gatos de la casa; abrió un libro y nos inventó historias de gatos con globos, para que pensáramos que a sus tres años, ya sabía leer. 
¿Que por qué te cuento esto?... Bueno… A veces me da por hablarte… tú sabes… sentir que aún nos miras. Le tomo cariño a la idea de que todavía cuidas de tus hijas, de sus hijas, y te vuelves satélite para acompañarlas, cuando se rompen los globos. 







Ofrenda del abismo


Para un nacer de alas
el acero deber cortar la carne y arrojar el cuerpo

No es el cielo quien otorga el vuelo
Es la caída.








Home sweet home


Los sábados durante mi último año de colegio, recorría discotiendas en busca de música de Mötley Crüe. En un almacén del barrio Galerías encontré en acetato Dr. Feelgood, su álbum más reciente. Anduve las calles del centro, desde la diecinueve hasta la veinticuatro, y conseguí Girls, girls, girls también en acetato, Too fast for love y Shout at the devil en CD, y por encargo, después de dos meses de trámites de importación, Theater of pain en casete. Tan pronto lo tuve en mis manos lo metí al walkman. La quinta canción del lado A era mi favorita: Home sweet home. Me notó tan feliz el vendedor, que me regaló dos afiches de la banda. Mi papá los vio pegados en la pared de mi cuarto. Vio los acetatos. Los cedés. No entendió lo del maquillaje glam. No le gustó eso de gastarse la plata de las onces en música, como si la ausencia de música no dejara más vacíos que el hambre. Lo rompió todo, hasta la tarjeta del almacén de Galerías. Pasé el resto de sábados del bachillerato lavando las paredes de SU apartamento, escuchando en mi walkman el único casete sobreviviente y aprendiendo que Home sweet home, es una canción de despedida.



***



Sustancias que nos sobreviven: las ciegas constancias del poema

De Guillermo Martínez González, Bogotá, 23 de junio de 2015



La poesía exige un conocimiento lento e intangible, sus dominios verdaderos pertenecen en última instancia a lo invisible,  a las percepciones del silencio.  En los transbordos del alba, en la página en blanco, en las fisuras del tiempo y en los paréntesis de eso que de manera torpe llamamos la realidad, de eso con que designamos el goteo menesteroso y utilitario de la vigilia, desata el sentimiento de lo perdido,  la nostalgia del paraíso, la turbulencia del destierro.

A todo aquello se refiere sin duda este aforismo de la última parte y que de alguna forma concentra el sentido secreto de Sustancias que nos sobreviven y constituye la brevedad de su Poética: “Vocación por compensar al mundo tiene la poesía. Allí aparece lo que acá se extingue. En la gruta del verso, la presencia del vacío”.

 Luz Elena Cordero, una de las jurados que concedieron a este libro el Premio Nacional de Poesía UIS 2014, señala de su lado, entre otros aciertos, el tono preciso de Sustancias que nos sobreviven para rescatar objetos concretos que sobreaguan en los intersticios de la disolución: “La poesía, como el sueño o la memoria, despierta las sensaciones que parecieran sepultadas en el olvido para devolverles su espacio y su tiempo, aunque estas duren un parpadeo o habiten en un verso”.

El libro de Alejandro Cortés con el rango del vuelo de la mariposa, fluye espontáneo, se llena de densidad sin aspavientos, está allí con el fulgor de las cosas, con su prolongación instantánea, su evocación exacerbada que nos remite a cada paso a su vacío, a su extinción. Las recupera porque ya no existen, o están a punto de desaparecer. Su ritmo sencillo es engañoso, se concentra en un punto ciego, en la unidad oculta del ser y no ser, de lo que creamos para sobrevivir, para obtener el respiro sobre lo que ya está amenazado por la nada: “La poesía necesita del vacío para habitarlo”, escribe de manera mucho más contundente, en otro de sus teoremas del final de Sustancias que nos sobreviven.

Los poemas de Cortés González inquietan porque no se sabe si las cosas gravitan sobre nosotros, nos entregan su alma y nos definen, o si, por el contrario, somos nosotros los que las convocamos porque nos salvan al establecer un equilibrio esencial que nos preserva de la nada.  De esa línea imprecisa entre el sujeto y las cosas, se abastece el texto, recupera por momentos la intensidad de la existencia, la libertad  que otorga lo gratuito, el canto del pájaro, el don de la unidad:

Acuérdate de mis zapatos de lona blanca
Te parabas en ellos y éramos la misma sombra
Aunque la suela fue desprendiéndose de la costura
tu pie nunca tocó el suelo.

Sustancias que nos sobreviven, habla de una infancia profunda anclada en la memoria y que se intenta recuperar contra el despojo. Por momentos se revive en los acantilados de la noche, de una realidad que muchas veces es brutal. Recuérdese por ejemplo aquel poema en el que las especies de la tierra y las especies del aire sólo se reúnen para las ceremonias sangrientas de la sobrevivencia, o aquel otro, escenario de pena, en donde la canción Home sweet home, recalca que la relación con el padre represivo es sinónimo de ausencia y despedida.

Y  habla no sólo una infancia perdida, sino un país sumido en el desarraigo, anclado en el abismo, invadido como una casa del dolor por el crimen:

Degollaron al ruiseñor y tú en tu cántiga
Mutilaron la flor y tú tan espina de crisálidas
Cosieron tu boca para el grito, no para el canto
En el filo que destaja al mundo suena un tambor de manos atadas

Te lloran el Rin y el Magdalena
Tu madre envejeció veinte años de lágrimas
Agua apozada en erizos de cuarzo

No en vano se menciona a Dios en dos o tres poemas, no sin una cierta y marcada ironía. Lo que subyace en el libro de una manera no estentórea, es la soledad radical del hombre, su condición de indigencia. Se invoca a Dios porque estamos  expuestos, en una especie de teología negativa que subraya el abandono, los terrores que no han desaparecido desde que aquel hombre remoto de la caverna sufriera las primeras confrontaciones de la realidad y la vida.  



 Texto publicado originalmente en: http://www.alejandrocortesgonzalez.com/detalle.php?Id=61




***




Alejandro Cortés González (Bogotá, 1977) ha publicado los libros Notas de inframundo (Novela,Pero la sangre sigue fría (Poesía, 2012) y Sustancias que nos sobreviven (Poesía, 2015). Ganador del Premio Nacional de Literatura de la Universidad Central en las categorías Novela (2009) con Notas de inframundo, y Cuento (2011) con Él pinta monstruos de mar. Ganador de la Beca de Circulación Internacional para Creadores del Ministerio de Cultura (2013), con la que participó en VII Festival Internacional de Poesía en París. Ganador del VI Concurso Nacional de Poesía UIS (2014), con Sustancias que nos sobreviven. Ha sido invitado a encuentros literarios en Suramérica, México y Francia. Es miembro de la Fundación Trilce y coordinador de la programación cultural de la Librería Trilce en Bogotá.
2010),

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