11/13/2015

Flores para un ocaso


A continuación, presento unas palabras que el filósofo, teólogo y antropólogo boliviano, Jorge Carlos Ruíz de la Quintana, escribió apropósito el libro de poemas Flores para un ocaso, editado por Liga Latinoamericana de Artistas. (Bogotá, 2013). Y, más abajo, un poema del mismo libro musicalizado por el cantautor y poeta colombiano, Leandro Sabogal, quien es integrante del dúo Dela Vitt.


Flores para un ocaso. Liga Latinoamericana
de Artistas. Bogotá, 2013.


Debajo de la tierra se guardan todas las cosas. Debajo de la luz duerme todo y todo respira, palpita y  con los ojos cerrados estruja el mundo. Así la tierra, redondeada en pequeños mundos, transita por una nada inmensa bordada de lucecitas. Lo que llamamos vida ocurre exactamente con la misma monotonía, a veces como una repentina explosión, otras como un parpadeo constante, la mayor parte del tiempo como vacío. Rocas nadando hacía una profundidad cada vez más oscura, por lo mismo más entrañable, siempre girando, mudas al rededor de alguna luz, con frío.

Estas “Flores para un ocaso” son la memoria del frío. Sensación, sentimiento y textura que discurre a través de hechos. Cosas cotidianas como la muerte, los silbidos del plomo, el perturbador crujimiento de las hojas bajo miles de pies que huyen, el golpe suave de los parpados que se cierran para siempre, la miseria de los imposibles, el silencio contuso de todo lo negado y lo que termina olvidado. Quien se ha entrenado, desde pequeño, en la humilde labor de visitar cementerios comprende lo que significa hablar con los muertos; pero sólo quien ha nacido en medio de la guerra es capaz de vivir al lado de los muertos. Todo el horizonte se pixela en un panteón gigante, detrás de cada silueta hay un alma que te saluda, casi reclamando un poco de la vida que no fue suya.

Estas “Flores” ejercitan el recuento de los ciclos. Saben que el color llega mediante el viaje del polen, conocen la rebeldía de cada uno de sus brotes y se han entrenado con cada año en la tarea de marchitar. Así como las flores, esta palabra también protesta contra el tiempo y señala con su marca el suelo. En nuestra diminuta historia la boca nos dio la posibilidad de nombrar un mundo y comunicarnos con él, aprendimos a escribir con el único propósito de hacer duraderos los recuerdos. El ejercicio de nuestras manos convirtiendo trazos en signos es la extensión de nuestra huella. Cicatriz que habla de cosas buenas y de tragedias, de héroes y monstruos, de dioses y demonios. El papel es ahora la textura de rocas viejas contando los hechos o sus mentiras. Sin duda estos versos apuestan por los hechos, en gesto solidario abrazan pueblos y personas aplastadas por la mentira.

Ahora bien, a lo largo del cuerpo de este apasionante encadenado poético, en sus episodios se nos pone delante del propio individuo explicándose a sí mismo en medio del camino. Aparece como un animal poderoso acurrucado detrás del un cristal. El testigo de sus temblores, el hambre y los tajos del frío es solamente la noche. Jaime Saenz se refería a este recinto así: “La noche, es una revelación no revelada. Acaso un muerto poderoso y tenaz, quizá un cuerpo perdido en la propia noche. En realidad, una hondura, un espacio inimaginable. Una entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita, y que sin duda oculta muchas claves de la noche.” El poeta de las “Flores para un ocaso” se recuesta exactamente en esa línea del horizonte donde los astros trasponen su hora.

El epílogo del lugar que nos convoca ahora, nos agasaja con versos respirados, una forma lírica parecida al palpitar, por eso cada poema quiere ser definitivo y terminal. En sintonía a su cuerpo los textos destellan esas extrañas luces que retumban en el vacío. Pequeña crónica de un momento capturado por una vida que aún tiene la suerte de mirar. Omar Garzón, es el dueño de esa vida, anfitrión silencioso pero tierno. En el trazo de sus manos se nos entrega a cada uno este ramo brotado de pétalos atardecidos. Todos los colores se trasfiguran con las ondas de la luz de una puesta de sol. El convite está hecho, la mesa está servida. Cuando termines “Encuentra una salida. Mira hacia otro lado, corre en otra dirección y no cierres las ventanas.


Jorge Carlos Ruiz De la Quintana


***


Poema del libro Flores para un ocaso, musicalizado por Leandro Sabogal, de la agrupación musical Dela Vitt:



ESCRIBIR POEMAS que te salven de la muerte...
por Omar Garn

ESCRIBIR POEMAS que te salven de la muerte,
que te salven de los ecos del peñasco,
de los dedos afilados de los hombres,
del invierno que padecen los pulmones,
de la tierra cuando se hace sangre seca,
de la Luna cuando es más grande que la noche
y tienes tantas ganas de abrazarla;
Del deseo por la lluvia en plena primavera,
de la hambruna cuando es el pan diario de los niños;
En fin, poemas que te salven de la misma vida
cuando el cantor es el silencio,
cuando la arena ya no es huella,
cuando ya ni siquiera hay playa,
ni mar, ni gaviota, ni olas, ni nada
Escribir poemas que te salven de todo
Pero, ¿qué pasa cuando no encuentras un solo verso
que te redima de tu sombra y te salve de ti mismo?

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