El
viaje: una aproximación a la obra de Hernán Vargascarreño
Por Omar Garzón*
Y
cuando llegue el día del último viaje,
y
este al partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi
desnudo, como los hijos de la mar.
Antonio
Machado
Mucho se ha
dicho sobre la que sería una de las formas más benéficas y satisfactorias que
tenemos los hombres para encontrarnos con nosotros mismos. Esa que nos permite
salir del tedio y el desasosiego implícitos en una vida llena de rutina. Mucho
se ha escrito sobre el acto de viajar. Sin embargo, es solo cuando leemos
libros como los de Hernán Vargascarreño (Zapatoca, Colombia, 1960) que notamos que
nunca es suficiente hablar sobre este estado del alma y nunca ha sido excesivo
abordar una y otra vez un tema inherente a la humanidad desde sus comienzos. El
camino es uno de los lugares recurrentes de los hombres a lo largo de su paso
por el mundo y de su actividad creadora. A través de los siglos hemos apelado a
nuestras odiseas y travesías para crear imágenes a veces distantes y a veces
utópicas. Pero, es en lecturas de antologías como El viaje,
de Vargascarreño, cuando descubrimos que siempre habrá algo nuevo por decir sin
importar que los símbolos sean aparentemente los mismos: un tren, un barco o el
pie: El tren de los dioses. / Pasa solo una vez. / Alguien se baja, gira la aguja, / borra la memoria de los hombres
/ y
todo vuelve a empezar de la Nada.
La antología
que ahora nos convoca compila en un solo tomo los títulos País
íntimo (2003), Piedra a piedra (2010) y Tempus (2014)
más un puñado de poemas inéditos que cierran la edición. Textos que se destacan
por la limpieza y claridad de las imágenes que reposan en sus líneas y con las
cuales andamos a través de paisajes por muchos conocidos pero comprendidos por
muy pocos, porque solo los que han habitado el mundo y lo han desafiado con
todas las incertidumbres por delante y los imaginarios latentes conoce el
enigma que se encierra en la palabra vida:
Quien
aprende a amar
los altos
muros de su casa,
los
lamentos que allí persisten,
los perros
ancianos y silenciosos
que se
niegan a morir…
le será
fácil aceptar
—más no
comprender—
Que esa ya
no es su casa,
Sino
los altos muros de su tumba.
A pesar de
todos los miedos y temores previos a la tranquilidad que pueda venir con la
resignación, como bien nos lo enseña el artífice de los anteriores versos que
hacen las veces de apertura a El viaje, el hombre-caminante, el
ciudadano de mundo, el solitario por necesidad y convicción siempre tendrá un
acompañante tan inseparable como ajeno a él y que traerá consigo una esperanza:
Y con todos nosotros,/ el viajero de
siempre,/ el tiempo,/ su sueño que nos consume/ para evitarnos el terror de lo
Eterno.
Estos
paisajes presentados por Vargascarreño gozan de la austeridad y sobriedad en el
uso de palabras, austeridad que también revela en cada imagen una especie de
luz compleja que solo puede ser creada por alguien que a pesar de que sabe cuál
será el final del viaje, no deja de preguntarse por el mismo ni deja de indagar
mientras vence su camino, siendo esta una de las principales características
del verdadero poeta que es, antes que nada, un verdadero viajero:
Un día
perdimos al tiempo
en los
linderos del bosque;
¿podrá
algún canto atraerlo
a mi gruta?
Oh la
oración infantil
Que
perturbaba la sangre,
cómo huyó
de los labios,
cómo nos
liberó de los años…
…Esta
superficie brillante
que
violenta mi garganta
fue alguna
vez un sueño para mí;
¿por qué
no me reconoce
Y aligera
esta muerte?
Es en este punto
donde podemos identificar en el autor de este libro a un verdadero errante
que resalta a través de su palabra versificada otra propiedad fundamental del
legítimo viajero: tener la capacidad de experimentar la travesía por medio de
las más diversas expresiones artísticas como la pintura, el teatro y, por
supuesto, la poesía. Lo que quiere decir que el viajero nunca pierde el asombro
a pesar de haber visto lo imposible, es decir que debe estar en la competencia
de reconocer una odisea en su más diversa y extraña metamorfosis, situación que
requiere de una sensibilidad capaz de interpretar incluso los mensajes más
sutiles ocultos debajo de las piedras más pequeñas. Mensajes como esos que nos
revelan el viaje visto como el ciclo infinito donde a veces, por cansancio o
exasperación, es necesario retornar al punto de partida para retomar el rumbo
cuantas veces sean necesarias incluso de manera involuntaria : Vuelvo al inicio de mi viaje./ Regreso al
final de todo hombre/ sabiéndome soñado./ Me despojo de esta máscara que tanto
talla/ y me ajusto al rostro apacible de la Nada./ Pero mañana fue un día,/
hace años…/ Ya no recuerdo cuándo…
En el primer
capítulo de El viaje también encontramos el que bien podría
ser el himno del viajero por excelencia, el del ciudadano de mundo que no se
enfrasca en trivialidades mezquinas y patrioteras ni en fanatismos precarios
pero que sí se detiene a contemplar los pequeños azahares ofrecidos por la vida
y que en la obra de Vargascarreño adquieren un hálito sagrado y magnífico. Me
refiero al poema A la vida vine a vivir. En él seres y elementos como los
árboles, los labios y el misterio de los gatos cobran un aura de pureza que en
vez de alejarnos del poema nos seduce de manera tal que llegamos a
interiorizarlo hasta el punto de pasar de ser testigos (lectores) a ser los
protagonistas del periplo. Cabe resaltar que dicho hálito sagrado solo podría
otorgarlo a las cosas cotidianas alguien que entiende la necesidad de
aprovechar al límite lo poco que regala la vida, ya que ésta todo lo
cobra generalmente por adelantado, como asevera el poeta en uno de sus
discursos de mayor profundidad.
El poeta le
imprime a El viaje una transparencia que nos permite ver en
sus versos la lucidez conceptual de alguien que hace de su andar su principal
trasunto de creación y su manera de afrontar el mundo sin dejar de señalar una
de las piedras angulares en la construcción de estas líneas: el viajero es,
sobre todo, un individuo y como tal debe reivindicarse consigo mismo para
descifrar el tratamiento que el mundo le da y el rol adquirido en él como un
caminante que se reconoce en la sociedad pero que se distancia de ella y no
espera nada al final: Fumador, libador, edónico,/ desconfiado, cetrino,/
cumplidor de sus deberes, de sus deudas / y todavía cumplidor de años
/ aunque la vida me incumpla muchas citas.
Decidí acabar esta pequeña aproximación a la obra de Hernán
Vargascarreño presentando el que es para mí, por su contundencia, por la precisión de sus imágenes y por su
final certero e inesperado, el mejor y más logrado poema de toda la obra, el
titulado Guerreo. Este canto hace parte del libro Tempus, con el cual el autor entabla un diálogo fluido y sereno
entre el Emperador Adriano, el joven Antinoo y él mismo bajo la voz tutelar de Marguerite
Yourcenar. Espero que los disfruten tanto como yo.
Selección de poemas de los libros País
íntimo (2003), Piedra a piedra (2010)
y Tempus (2014) compilados en la antología El viaje (Ediciones Exilio, 2015) de Hernán Vargas
Carreño.
Del libro PAÍS ÍNTIMO (2003)
Estancia
Quien aprende a amar
los altos muros de su casa,
los lamentos que allí persisten,
los perros ancianos y silenciosos
que se niegan a morir,
aquellos peldaños que ya nadie sube,
los ruidos de la cocina y el espectro
de la madre ofrendándonos el café
y su bendición,
le será fácil aceptar
–mas no comprender-
que esa, ya no es su casa,
sino los altos muros de su tumba.
La Poesía
Para Mick Jagger
La poesía nos presta sus asombros, sus devaneos, las formas
irrepetibles de una tarde, ese leve temblor de aquellos labios que hemos
deseado en secreto, o cualquier otro deseo por fatuo que sea.
Algunos creen poseerla; ignoran que la poesía es hermana de la demencia;
no se deja poseer; es ella quien posee, quien acoge.
Podemos ver a través de ella, pero no atravesarla. Su esencia no
permite el otro lado, tampoco el de acá; no hay portones, pestillos, aldabas.
No se entra o se sale de ella. Se está o no se está.
Momentáneamente puede ser un espejo. Pero ya. No da lugar a vanidades;
solo a reconocimientos no muy alentadores. También es una sombra que pasa, o
una luz, da lo mismo. Se piensa entonces en un espíritu o algo así; y hacemos
bien en pensarlo. Para acercarse a ella hay que profesar actitudes místicas,
demenciales o pasionarias. Quienes lo hacen están muy cerca; han tenido sus
roces con sus bellezas y sus crueldades. La invitan a su mesa y ella acepta el
pan y el vino. Pero no el pan y el vino en sí, sino la idea del trigo hecho
alimento y la idea del licor hecho amistad y locura.
Y quien se resigne morirá lejos de su canto. Hemos de seguir
intentando con la poesía, haciendo trueques con ella, intercambiando afectos,
deshonras, nimiedades. Tal vez un día nos deje en casa un poco de su luz, o en
la mano uno de sus talismanes, o en el pecho, una pócima de su dolor.
A la vida vine a vivir
A la vida vine a vivir.
Que no me falte la sagrada carne
ni el espíritu que la hace bella;
que tu mirada sea siempre
el espejo donde me pueda revelar;
que jamás me abandonen los dioses
de la poesía y los avatares para llegar a ella;
que la noche no me niegue nunca sus alas
de vuelos alucinógenos y que el día
no me aplaste con sus esplendente verdad.
Que nunca me olvide agradecer lo recibido y
el ingenuo narciso que deje asomar de ninguna
forma sea malintencionado;
que el deleite del vino me secunde siempre
el fragor de la amistad;
que por el umbral de mi casa entren menos
fantasmas y más seres reales,
pero con la condición de que posean la belleza
que ilumina la poesía;
que el universo aleje de mí –lo más remoto
/posible–
a mezquinos y fanáticos, maulas y malnacidos,
y que a cambio, no me falten
tus deseados labios que llevarme a la boca,
ni los árboles y sus cantos de pájaros,
ni el misterio de los gatos
o la hondura de la música y los atardeceres.
A la vida vine a vivir.
Pero no me lo hagan tan difícil,
que tengo pocas fuerzas
y estos tiempos son realmente precarios.
Abran paso. No estorben, no malquisten.
Déjenme alucinar con el horizonte de los sueños
y no metan zancadilla solo por envidia,
que soy yo quien debo gozar
mis propias alegrías y mis íntimas tristezas.
Miren que la vida regala poco
y todo lo cobra generalmente por adelantado.
Abran paso. No estorben. No jodan.
A la vida vine a vivir.
Del libro PIEDRA A PIEDRA (2010)
Visiones marinas
Al
puerto de Santa Marta
El mar no está en la orilla, está en
el hombre
Héctor Rojas Herazo
1
LA MAÑANA derrocha su esplendor
de bandadas de mariposas amarillas.
Todo aquel que las observe en la memoria
salva la suave angustia del crepitar de sus alas
gravando su vuelo en el aire del instante.
Pasarán toda una semana bordeando el mar
y anunciando el sueño de su vuelo.
Luego solo pasarán tras el recuerdo…
o tras la huella de un poema
cuando la belleza reclame el amarillo
para su propio sueño.
2
TODA LA LUZ del mundo sobre la bahía
dividiendo con su espectro este reino
que se balancea en la canícula:
el tan deseado color del mar
y la catástrofe de la ciudad que bulle.
Y nosotros, míseras señales del paisaje,
extraviados en el limbo de su luz
mordiendo el aire seco
a sabiendas de su riesgo.
3
MIRA CÓMO el silencioso vuelo
de los pelícanos nos balancea.
Cómo esa línea
que no existe en el horizonte del mar
nos reclama y nos limita.
Aves presas de ninguna fuga somos
cuando no alcanzamos tanto azul,
cuando no sabemos cómo desplegar las alas
que lastradas llevamos a nuestras espaldas.
Para qué estos alados deseos
que no saben hollar distancias.
4
CONTEMPLEMOS
la serenidad de los árboles
frente a la bahía, sus alas secretas
y sus cantos grávidos de enigmas
que no podemos descifrar.
En las tardes,
suelen empinarse para ver el mar.
Pero nada revelan de sus avistamientos.
Herméticos, como son,
enredan al rumor de sus follajes
lo que no debemos entender.
Mudos nacemos
-murmuran calladamente-
con su grito enterrado
que no reclama ecos.
5
LLUEVE en el trópico.
El mar sacude sus tormentas secretas
y en maderos arroja sus vestigios de furia
a lo largo de las playas,
su abecedario de confusiones divinas
intraducible a nuestros ojos.
Serenamente, durante varias jornadas,
vemos a los pescadores recogiendo una a una
las preciosidades de ese lenguaje yerto.
Y ante el asombro de cualquier mañana
sobre las playas vuelve a reinar
la murmurante brillantez
del eterno poema:
ese pausado diálogo de oleajes
iniciado en la larga noche
de todos los tiempos.
6
AQUÍ ESTÁN todas las rutas.
Nadie lo sabe.
Van y vienen sobre los rizos del mar
ondulando los tremores del mundo y
haciendo de los vientos los ecos del deseo.
Para alguien están demarcadas.
Algún ojo avizor las hará suyas.
Almas encerradas
que precisen el destierro
han de encontrar aquí su bajel.
Solo tienes que seguir la ruta
demarcada dentro de tu pecho.
La indeleble ruta
que no sabe a dónde ir.
7
NAVEGUEMOS ahora que el día
estalla toda su soberbia sobre el mar.
Subamos a la nave algunos recuerdos
para tener de dónde asirnos
cuando las tinieblas sean
toda la luz que nos anime.
Una playa puede servir como quimera.
O la ventana por la que miramos el mundo
por vez primera, o el roce de unas mejillas
que adoramos y sabemos de memoria.
Huyamos
ahora que nada cabe en este día.
8
ES LA HORA en que la tarde
suelta sus pájaros oscuros
y los esplende al filo del recuerdo.
Marialucías, les dicen,
pero ese nombre no va con ellos.
Dilatados por la luz ya suave,
regresan a sus nidos
recordándonos el día ya gastado
y abandonando al tedio a la retina
la sombra de sus veloces lirios negros.
Sus tórridos y grávidos graznidos
tasajean la tarde quemando los silencios
que solo el mar se atreve a traducir.
Y nada podemos hacer
una vez los escuchamos.
Sus gritos nos socavan
y nos convierten
en sórdidos reclamos a la vida.
9
PARTEN YA los barcos.
Se van con la certeza
de que nunca volverán
porque este día yace muerto.
Los que nos quedamos,
los que nunca nos atrevemos a partir,
nos vamos tras su estela
presintiendo en su larga noche
los débiles relámpagos del olvido.
Es la hora más fatal de la desdicha
al creernos pasajeros de quimeras
sin siquiera vislumbrar la huida.
10
OLVIDEMOS la bahía dormitando
bajo la noche del universo
sin ciudad,
sin parroquianos,
sin nosotros.
Tallemos a la distancia
las dichas repetidas
de su mar verde-azulado.
Abandonémosla bajo su propio espectro
soñándose en un punto del orbe y
sacudiendo ante sus aguas
los pájaros, ramajes y delirios
bajo el designio de los dioses inclementes.
Alguna crueldad ha de ocultar tanta dicha
si llevamos la bahía en nuestro viaje.
Y aunque lejos
–como un espejo del olvido–
se vislumbre ahora el mar de mis pupilas,
su angustia sigue rugiendo profunda
en el abismo de mis noches.
Del libro TEMPUS (2015)
Honda
Envidias
la libertad del pájaro que
pasa
y por un momento quisieras
transmutar
tu figura
tus miserias
tus ilusiones
en ese frágil destello de la
tarde,
olvidando que el pájaro
cumple
con sus inagotables oficios:
provisiones
migraciones nidadas
y están además sus constantes
peligros:
la simple honda
de un chicuelo, por ejemplo.
Envidias
la libertad del pájaro
que por un momento arroba tu
esencia.
Mira un poco más alto:
¿Ves cómo la gran honda que
es el Universo
nos apunta desde siempre?
Estancia
La casa inunda
con sus enormes estancias.
En los patios, la lluvia
abandona sus huellas somnolientas.
Sin temores los gatos entran
y cazan pájaros
que montes y vientos prodigan.
Escucho mis pisadas de animal
cuando la luna invade corredores.
Advierto tus roces entre el jardín
cortando tus hierbas favoritas.
Así el olvido,
que sin afanes extiende sus raíces.
Un encuentro presentimos.
Los dos lo sabemos.
Cualquier instante podría tropezarnos.
Pero, qué ha sucedido con el tiempo
dónde estamos
dónde estás
quién de los dos partió primero
Guerrero
El guerrero
ha perdido el camino
a casa:
Los dioses del amor,
silencioso, apenas una brisa,
condolidos lo contemplan.
Mas a su alrededor
solo precisa vislumbrar
un asombrado desierto;
Lo más importante
lo ignora:
Ni el camino ni la patria
existen ya.
Ni siquiera él.
***
Poema GUERRERO recitado por Hernán Vargascarreño: http://www.fototrace.co/almadeliacc/fotos/774284743688213235_31610659
Hernán Vargascarreño en Cali:
*Poeta, Director Administrativo del Colegio Van Leeuwenhoek y Director Ejecutivo de la Corporación ESHAC. Bogotá.
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