El libro de poemas Flores para un caso fue publicado por la Liga Latinoamericana de Artista en Bogotá (2013). Esa primera edición cuenta con un prólogo del poeta, editor, gestor cultural y abogado Omar Ortiz Forero (Bogotá, 1950).
Próximamente, Ediciones Chirriar (Armenia) sacará una nueva edición de ese trabajo el cual contará con un prólogo de la poeta y filósofa Eugenia Sánchez Nieto, Yuyin (Bogotá, 1953).
A continuación reproduzco el texto introductorio que Yuyin escribió para esta nueva edición de Flores para un ocaso y un par de poemas que hacen parte del libro.
Uno se encuentra
la muerte en una taza de
café…
Este
segundo libro de Omar Garzón, Flores para
un ocaso, escribe una topografía del desamparo, del silencio, de la
desesperanza, de cierta impotencia, de hombres del campo que trabajan la tierra
pero con zozobra, con la sensación de que algo muy malo va a sucederles. Es un
país donde es triste vivir, pues el miedo habita todos los rincones, donde se
vuelve normal la muerte, morir joven ya no causa impresión es parte de la vida,
llegar a viejo es casi un milagro, “Que venga la
muerte/ y nos rasgue la piel/nos quite los dedos/nos cierre los ojos/nos rompa
lo dientes/ nos bote a la brisa/y nos abandone…” Estos poemas son memoria de diversas regiones del
país; El Salado, Tacueyó, Trujillo, Macayepo, Chengue, Caño Sibao, San José de
Apartadó, La Mejor Esquina; poblaciones abusadas, torturadas, desplazadas,
desaparecidas. Los mapas son
rojos por tanta sangre derramada, los señores de la guerra
han hecho sus caminos sobre cuerpos doblegados, ultrajados.
Los caminos que traza “son caminos de jadeos/, caminos como abismos/, caminos de
incertidumbre/, caminos sin resguardo…”son habitantes de una geografía del
desplazamiento que buscan un lugar donde poder vivir, “caminos soñados con
escaleras a las nubes…” se siente un pueblo con ansias de encontrar un lugar
libre de vacilación de sospecha.
Lo
lamentable de esta memoria es que todos estos hombres que hacen la guerra son
jóvenes, mueren temprano y son capaces de hacer cosas inimaginables con el
cuerpo del otro, se ha perdido los mínimos de humanidad, son “animales” voraces
que van destruyendo todo lo que encuentran. Para estos hombres de la guerra no
han existido limites, “No fue la danza de
la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un corazón entre
unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era un niño, aún
no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron, y un
cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un madero”. Torturas, degollamientos y decapitaciones han sido
parte fundamental de una larga memoria de ensañamiento y crueldad. Crímenes de
lesa humanidad contra la población, este pueblo que ha aguantado todo y
más…Casi todas las regiones de nuestro país están habitadas por miles de
sombras de jóvenes que murieron temprano, “Y
bien, ya estamos aquí
sin decir un solo
nombre,/sin cobrar venganza alguna,/acostando nuestras sombras /al lado de los
nuestros…”
Sin duda estas imágenes nos hablan de lo que es el
horror, de la capacidad de un “ser humano” para saquear, horadar, acabar, y de
la capacidad de aguante de una población que ya no tiene nada que perder, sólo
su vida y está ya ha perdido todo su valor, casi que se vuelve un triunfo la
muerte, “A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las
piernas, la voz y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro”.
Este libro también recuerda la memoria de
escritores asesinados a temprana edad, Julio Daniel Chaparro, poeta y periodista contaba con 29 años de edad, “Yo elegí ser el verso que se pasea con la brisa…” fue acribillado en Segovia, Antioquia, “por
un error” a manos -según dicen- de las FARC, crimen que continua impune.
También evoca a su maestro Darío Betancourt
Echeverry, - a los 47 años, raptado y asesinado-, persona clave en la decisión de Omar Garzón de
dedicarse a la literatura y específicamente adentrarse en el tema recurrente de
la violencia, pues Darío Betancourt fue un investigador e historiador de estos
temas; “tras el más amargo llanto… Sus huellas y la mesa aún siguen
allí, /y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro”.
Hace parte de esta geografía poética, Palestina y
su confrontación sin fin con Israel. Sus fronteras, los muros
que se levantan, el odio de dos pueblos, la invasión y el dominio del pueblo de
Israel sobre Palestina, los enfrentamientos, los centenares de víctimas; “quedan los
malditos cercos que nunca serán mayores que estos montes que darán testimonio
de nosotros y los peñascos que gritarán siempre los nombres de los nuestros… Las calles parecen un cementerio de luciérnagas/
Debajo de cada roca se esconde el llanto de algún niño”.
Un
tercer motivo de esta búsqueda de Omar Garzón es la vida cotidiana, la ciudad
cercada, “Uno se encuentra la muerte en una taza de café…” estos poemas
nos dejan la sensación que habitamos un mundo oscuro, donde por mucho tiempo
han pasado cosas muy graves y el mundo sigue mirando para otro lado, donde se
vive una vida llena de mezquindad, y angustia; un telón de fondo donde aparecen
personajes que ocultan su rostro y van decididos a acabar con todo aquel que
resulte incomodo, ante este infortunio,
el autor nos propone el poema como un
medio de salvación, “Escribir poemas que te salven
de la muerte, /que te salven de los ecos del peñasco,/de los dedos afilados de
los hombres,/del invierno que padecen los pulmones,/de la tierra cuando se hace
sangre seca…”
Eugenia
Sánchez Nieto
Poeta - filósofa UNAL
UNO SE ENCUENTRA LA MUERTE en una taza de café,
en el afán del cielo por caerse a
centelladas,
en el encuentro sorpresivo de un
avión con un pájaro volando,
en los movimientos tempestivos de la
tierra cuando uno menos se lo espera,
en la lectura de tratados filosóficos
que demuestran lo imbéciles que somos,
en los gobiernos corruptos que se
sacan el dinero del seguro
/contra las enfermedades más absurdas
y en los chicos que se sacan el
sexito para jugar con las chicas
/al papá y a la mamá y entonces el sida.
Uno se encuentra la muerte en el ojo
de una aguja,
en la picadura de una abeja, también
en la de un águila
/y más si es un águila negra;
En la puerta de un hospital, y más si
uno es pobre y el hospital es del Estado;
En los ojos de un psicópata con
insomnio;
En las variantes del azar sobre el
amor y el desamor;
En un libro de Shakespeare, en una
espina de pescado.
Uno, que solo es un parroquiano de
este bar,
un simple transeúnte delirante,
artista, obrero, ama de casa, estudiante,
se encuentra la muerte en cualquier
parte.
Y se muere uno y qué se saca: El que
fue poeta, a lo sumo y con algo de suerte,
una tumba decente, unas vísceras
ruinosas, una fama de bicho raro
o el nombre en algún colegio si se
fue amigo de un presidente.
O, por bien que le vaya, un verso
memorable que lo resucitará de vez en cuando
en boca de algún lector desprevenido
que no estaba buscando,
precisamente, un poema que lo trajera
a uno de nuevo a la vida.
***
ESCRIBIR POEMAS que te salven de la muerte,
que te salven de los ecos del
peñasco,
de los dedos afilados de los hombres,
del invierno que padecen los
pulmones,
de la tierra cuando se hace sangre
seca,
de la Luna cuando es más grande que
la noche
y tienes tantas ganas de abrazarla;
Del deseo por la lluvia en plena
primavera,
de la hambruna cuando es el pan
diario de los niños;
En fin, poemas que te salven de la
misma vida
cuando el cantor es el silencio,
cuando la arena ya no es huella,
cuando ya ni siquiera hay playa,
ni mar, ni gaviota, ni olas, ni nada…
Escribir poemas que te salven de todo
Pero, ¿qué pasa cuando no encuentras
un solo verso
que te redima de tu sombra y te salve
de ti mismo?
Primera edición de Flores para un ocaso (Liga Latinoamericana de Artistas. Bogotá. 2013) |
Todos los poemas de Flores para un ocaso en su primera edición Aquí.
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