Nos enseñaron a arrodillarnos
cuando
arreciaran los vientos del invierno.
Nos
obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se
/posara
en
nuestro pecho.
Aprendimos
a temer al fuego
por
causa de la danza de sus sombras.
y
seguían: ni viento ni lluvia cesaban
a
pesar de nuestras súplicas
y la
llama y sus sombras
eran
muy grandes ante nuestros ruegos.
“¡Crean,
crean, hermanos!”
nos
decían con las manos llenas
mientras
nos apuntaban por la espalda con un puñal
como
Abraham a Isaac.
Una
vez nos dimos cuenta de la niebla
Aprendimos
a no huir.
Así
encontramos los ojos tristes de Moisés
entre
las uvas fermentadas que impregnaban
/la embriaguez
de nuestros labios:
Las
aves moribundas
y la
hedionda brisa citadina
son
el eco de la trompeta apocalíptica
que
debemos escuchar aterrorizados
o
comiendo palomitas de maíz para distraernos
mientras
ellos le roban gemidos infantiles
a la
noche que esconden debajo de sus camas
para
después humedecerlos con sus lenguas y sus
/ojos
con
esos con los que también nos venden sus tierra
/prometida
más
allá de las estrellas.
Los
mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás
antes
de convertirse en la sal
de la
que están hechos los detractores de Sodoma
que
son también los que necesitan de Gomorra
para
vender allí su evangelio de la muerte.
De
roja sal están hechos sus atriles
sus
argollas y vestidos.
De la
misma con la que vendieron a Dios
cuando
creíamos que él nos oía.
De
sangre porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.
¡Un
aplauso para los proxenetas del Cristo caído y
/del resucitado!
Un
aplauso aunque nunca nos mostraron su costado
ni la
planta de sus pies
ni
las palmas de sus manos.
Nos
impusieron cerrar los ojos
para
entender el mensaje de los ríos
pero
el mensaje de los ríos era muy confuso.
Entonces
unos pocos nos aventuramos
A
separar nuestras pestañas:
Vimos
a los muertos pasearse en sus cauces
chocando
con las piedras
desnudos
sin
rostro.
Entendimos que nada se llevan las hojas
Entendimos que nada se llevan las hojas
cuando
caen
y que
no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.
Solo
necesitamos entender el canto de los gallos
y el
vuelo de las aves
en
medio de tanto aullido
de
tantos gritos
tantas
luces de neón.
Nos
enseñaron a desear el sonido de las monedas
cuando
chocan entre sí.
Para
ignorar la voz herida de los niños
para
ignorar las nubes que no vio Adán
para
ignorar las aves que salieron de los mares
para
no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé
para
enterrar al verbo hecho carne
ese
que ahora necesita de tu ayuda
porque
ya jugó su última carta:
Mandó
a su hijo a morir por ti
y lo
único que se te ocurrió
fue
bañarlo en oro y colgarlo
de tu
pecho. Ahora eres salvo.
Nos
enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.
Nos
enseñaron a rogar para vivir a la sombra de
/otros hombres.
Nos
enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro
/reflejo en el agua
y así
por fin poder matar a Dios.
A Tomás Sanmiguel
Poema tomado del libro Un poeta es un satélite en constante caída, editado por Senderos Editores (Bogotá. 2015). En los siguientes en laces podrá leer más textos del mismo libro:
http://xavierdelascasas.blogspot.com.co/2014/07/omar-garzon-pinto.html
https://literaturayp.wordpress.com/2015/11/01/recogiendo-a-netzahualcoyotl/
https://revistavortice.wordpress.com/2014/03/03/poemas-de-omar-garzon-pinto/
http://www.lapoesiaalcanza.com.ar/espacio-abierto/16-poemas-recibidos/2223-omar-garzon-de-colombia
http://pluralisrevista.com/2015/12/20/flores-para-un-ocaso-y-un-poeta-es-un-satelite-en-constante-caida/
http://pluralisrevista.com/2015/12/20/flores-para-un-ocaso-y-un-poeta-es-un-satelite-en-constante-caida/
Diseño y diagramación: Carlos Andrés Almeyda. Dirección editorial: Mario Torres Duarte. Dibujo de portada: Casabe. Fotografía de Zaide Garzón. |
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