Ver llover desde un vagón estacionado en vía muerta
Y cuando llegue el día
del último viaje,
Y este al partir la
nave que nunca ha de tornar,
Me encontraréis a
bordo ligero de equipaje,
Casi desnudo, como los
hijos de la mar.
A. M.
Campos y Canciones
Un hombre mira a través de la ventana.
Sus ojos tienen la edad de la tristeza.
Su frente el color de la nostalgia.
Pocos saben cómo es su nombre.
Solo los árboles le reconocen. Por eso le saludan. Por eso se despiden.
Pocos saben quién es a pesar de que el paisaje que hasta aquí nos trajo
hoy
fue pintado por sus dedos en las ojos de todos los ahora, de todos los
que
/van
y los que como él ya no volverán.
Él alzó su mano izquierda: con ella nos mostró su luz.
Alzó su derecha y en sus arrugas nacían todos los ruegos de la guerra.
Una vez vi que reía y la lluvia reía con él. Eso ahora es muy difícil
cuando su mirada se apaga con cada uno de sus pasos
y de sus soles penden hilos de cristal.
Cada giro de la rueda le abre una herida y otra
y otra cada vez más honda en la tristeza. Lo sé porque se nota.
Las heridas mortales son las que el silencio nos propina
cuando los nombres de la infancia ya no son audibles.
Las heridas mortales son las que provienen de la lluvia cundo no nos
nombra
porque nunca supo de nosotros
/ni de nuestro llanto, ni de nuestro duelo, ni de nuestro exilio.
Soledades
Tuvimos que bajar de la carroza para ganar la
vida caminando.
Varias horas habían pasado desde que dejamos
la patria al otro lado de la
/noche.
−Mira, la lluvia nos recibe, nos
lava las tristezas, nos consuela el corazón.
La
lluvia es una de las formas más esperanzadoras del exilio.
−Mentira. Ningún consuelo puede
provenir del frío aullido de las nubes.
La tierra
Sus pisadas eran el beso suave de la tierra,
la caricia ansiosa de la lluvia
/el aire frío del adiós.
En el fondo lo sabía: las cosas no pueden ser
mejores
cuando tus huellas encuentran el oxidado
rostro de los trenes
que han cesado su trayecto. Entonces lo
sabemos:
nuestro pueblo volverá a ser un retrato ajeno,
un rumor lejano.
22 de febrero
El haz de luz que eran sus ojos se apagó
poquito a poco.
El río incontenible que fluía de sus manos
murió desviado en otra patria.
El camino transitado por su sombra es el mapa
trazado por la muerte.
Su infancia alumbrada lo lloró tres días hasta
que se fue detrás de él.
El árbol que le vio nacer, que le dio su seno,
que le dio su sombra, que le
/dio su fruto
desapareció como ola de la noche, se fue a
abrazarlo para siempre.
Un hombre miraba a
través de la ventana cuando llegó la tarde de su último
/poema.