8/11/2013

LA TRISTEZA DE DIOS*

Omar Ortiz*


Una de las preguntas que plantea este poemario de Omar Garzón tiene que ver con si es cierto o no que Dios pueda derramar lágrimas como cualquier mortal. Si la divinidad llora, ¿lo hace por nosotros?, ¿por ella misma?, o simplemente como decía la abuela del poeta es un llanto que pretende consolar nuestras humanas congojas, nuestro vacío frente a la inexorable muerte. Son interrogantes que tan solo se pueden responder desde la poesía, porque contraría a la fría, veraz, objetiva estadística que nos cuantifica la barbarie, que nos numera de cuantas maneras podemos darle salida a la bestia que nos habita. La poesía, nos documenta la forma como entramos en la muerte, nos ilustra el mapa de nuestras calles  sembrado de manos y de tripas. Basta leer Testimonio no documentado sobre Chengue.
Por eso es importante la voz de los poetas, porque son ellos los testigos lúcidos de la sombras, de esa sombra esquiva ya que ni siquiera tu sombra te acompaña porque la dejaste atada a otra sombra que pasó desprevenida por el parque. Pero también son los privilegiados de la luz, de un efímero destello que se imprime en las huellas de un vaso vacío. Ese objeto que acompañó a Darío Betancourt Echeverry, natural de Restrepo, Valle, antes de ser desaparecido por los asesinos. Sí, la ausencia también puede acompañar desde un cortejo de luciérnagas.
Calígula de Alonso Jiménez
Tal vez los poemas de Garzón no sean los de un poeta que pretenda contar con un público que busque en la poesía la tan maltrecha belleza o la perfección formal de los versos. Porque sus poemas están hechos desde una contenida furia que no puede hacer concesiones de porcelana frente a una realidad que violenta día tras día nuestra percepción hasta llevarnos a pensar que volar por un segundo o colgarte de las nubes por un instante son las únicas formas de abrirte paso entre la niebla. Pero sin duda es una voz con un contenido altamente poético que se aferra a la poesía para sobrevivir, como leemos en Lo que me salva es la noche lenta donde nace el verso, Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal; a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos; a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida. (…) Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas.

Tenemos a mano un libro de poemas, no de versos, menos de canciones, un libro, que como el fuego puede alimentarnos o consumirnos. Los que se atrevan por sus páginas no serán nunca favorecidos de los dioses.



*El texto anterior fue escrito por Omar Ortiz a manera de presentación del libro Flores para un ocaso el cual será publicado en octubre próximo.

*Omar Ortiz Forero (1950) es editor, gestor cultural, poeta y profesor. Abogado de la Universidad Santo Tomás.



Carátula de Flores para un ocaso. Foto de Paola Pinto (Bogotá, 2013).




"Yo no hablo de venganzas ni perdones,
el olvido es la única venganza y el único perdón"
Jorge Luis Borges


ELLOS eligieron ser la grieta del violín,
la pluma que cae de un gorrión en pleno vuelo,
la sombra que vino de ninguna parte y a ninguna parte fue.
Cayeron aquellas moscas que se posaban sobre los cuerpos
creyendo que construían un imperio para siempre.

Yo elegí ser el verso que se pasea con la brisa,
ese que no dice sus nombres,
ese que no los entierra porque nunca supo de ellos
y hace polvo cada uno de sus pasos con un poema;
Yo elegí ser ese:
El que no describe ni siquiera el más pequeño de sus dedos,
el que con estas líneas los olvida.


Al poeta Julio Daniel Chaparro






RECIBIENDO A CRISTO EN LA MEJOR ESQUINA



Silencio adentro.
Silencio afuera:
Ni latido.
Ni suspiro.
Ni brisa.
Ni lluvia.
Ni voz.
Ni ola.
Ni palmada.
Ni tiempo.
Ni nadie.
Ni nada.
Nada se siente
cuando se tiene
un abismo entre las cejas.
Silencio adentro.
Silencio afuera.
Cristo recién resucitado
acaba de morir de nuevo.


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