Carlos
Gerardo, poeta de la música que se lee en: Cada nube, cada árbol, cada rostro…
Por: Milton Fabián Solano Zamudio
Carlos Gerardo Orjuela Betancourt, nació el 25 de
septiembre de 1.961, en la tranquila y soleada población de, Bolívar, al norte
del Valle del Cauca. Sus padres, Floresmiro Orjuela y Avelina Betancourt,
campesinos, amantes de la lectura, dieron a sus hijos cucharadas gigantes de
magia que Carlos tomó con juicio y placer, para empezar a jugar con las
palabras, en medio de: Parodias, imitaciones y cantos a la niñez, muy al estilo
de Pombo.
Posteriormente, como él lo cuenta, fue la llegada
del amor la que encendió la chispa poética y la lectura de poetas como: Julio
Flórez, Carlos Castro Saavedra y José Asunción Silva, enriquecieron su
inquietud, siempre vigente, hasta hacerlo un cantor de sucesos invisibles que
sólo el ojo sensible del poeta capta y comparte generoso con quienes deseen
conectarse con otros universos.
“Quiero
inventar un poema de muchos colores,
un poema
para que la vida se enamore del amor.
Un poema
azul de nubes que se vuelvan lluvia
cuando
observen un incendio forestal.
Un poema
amarillo para que los niños
jueguen
con él a ser niños.
Un poema
naranja y rojo donde se quemen
los odios y las guerras…”
Su poesía, en sus palabras: “Mezcla de lo
clásico y lo moderno”, es una búsqueda permanente de asombros y conexión
humana, es la favorita de su familia, que siempre le apoya e insta a escribir
para sus ocasiones relevantes y es aplaudida y esperada con agrado por quienes
hacen el Plenilunio cada primer sábado de mes. Precisamente, fue en Plenilunio
donde las alas de este soñador que hace de sus sueños letras y números
cantantes, infinitos como las estrellas, se desplegaron en versos y se dieron a
conocer por fuera de la intimidad filial, en un sortilegio que él describe,
como un re-nacimiento de su ser. De esta manera, ha participado en nueve de las
revistas de la Fundación Plenilunio, y en varios de sus recitales sin
publicación.
Su trabajo poético ha sido reconocido por la:
“Casa de poesía, Salomón Borrasca” siendo finalista en el concurso “Cartas de
Amor”, al igual que en el concurso convocado por la casa Pedro Domeq, Colombia.
Carlos Gerardo, nos presenta este libro tejido
de lo que es él: palabras. En ese orden de ideas, nos entrega su piel, lo que
le vibra dentro y le canta con cabellos largos de nube que presiente un
aguacero de versos. Su poesía, en permanente
evolución y revolución, en cuanto a contenidos y sonoridades, nos deja siempre
la sensación de reflexión y asombro que se escribe en cada día que pasa y se
queda en la espalda de las montañas, como una luz que regresará.
Esta es pues, la semblanza de un hombre, cuya
voz quiere encantar a los oídos y ojos cultos, como a los poco instruidos,
llevando música que cante a la diversidad que nos permite la vida, con finales
contundentes “Para que toda la tierra y los seres que la habitan
sean un solo, enorme y colorido poema”.
Para sus ojos se escribe este preludio, para
sus ojos dentro, que seguirán conservando estos versos claros y teñidos de un
azul sencillo y profundo como el cielo acuático de Bolívar, Valle.
“Que
beban los inconscientes
mis mojadas palabras de lluvia
sobre este planeta agua
sobre este cuerpo agua
sobre el agua de mis lágrimas.
Agua somos y cuando muera
el mar se beberá mis
cenizas”.
PALABRARIO
Tengo las palabras precisas
las palabras ociosas,
las generosas
las inconstantes, las inconscientes.
Las palabras para viajar
al fondo de tus sentimientos,
para galopar hasta el cielo
de tus instintos.
Las palabras viajeras
las palabras ajenas
las prestadas palabras
las mezquinas, las odiosas,
las cautivas, las esquivas,
las tuyas, las mías.
Las palabras universales,
las que trascienden,
las infantiles, las graciosas,
las curiosas, las indolentes.
¿Cuántas palabras quieres?
¿De cuántas debo despojarme
para que tus palabras
quieran acariciar las mías…
para que tomadas de la mano
se transformen
en nuestra frase,
nuestra oración
o nuestro más sublime poema?
EL VIAJE DE REGRESO
No son viejas las noches
del estío profundo
donde recorrieron nuestros cuerpos
la exuberancia matutina
del sudor compartido,
de la cómplice caricia,
del guiño enamorado.
No eran sordos los silencios
en el sobrecogimiento sutil
del tiempo desesperado
de la incongruencia del susurro,
de las miradas cansadas;
tiempo de renunciaciones
de enloquecedor hastío.
No dolerán mañana las palabras
ni habrá sobrecogimientos
ni sudoraciones ni vértigos
y nuevos soles florecerán
en la inconmensurable formidable
incongruencia del sentimiento.
No nos diremos nada
del estío profundo
donde recorrieron nuestros cuerpos
la exuberancia matutina
del sudor compartido,
de la cómplice caricia,
del guiño enamorado.
No eran sordos los silencios
en el sobrecogimiento sutil
del tiempo desesperado
de la incongruencia del susurro,
de las miradas cansadas;
tiempo de renunciaciones
de enloquecedor hastío.
No dolerán mañana las palabras
ni habrá sobrecogimientos
ni sudoraciones ni vértigos
y nuevos soles florecerán
en la inconmensurable formidable
incongruencia del sentimiento.
No nos diremos nada
ante lo consubstancial de
nuestros retornos.
El sol apagará sus fuegos,
el mar inundará las
conflagraciones
en el irreconciliable momento.
No dolerá la piel y el alma será
solo un nudo de alucinaciones.
No existió. Nadie lo
recordará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario