Celebramos la publicación del libro Elizabeth y las manzanas del poeta colombiano Diego Alexander Vélez Quiroz y esperamos tenerlo pronto en estas tierras ya que fue publicado en España. Muchos éxitos y buenos viento para él.
Diego
Alexander nació en Popayán (Cauca) en 1987. Se licenció en Español
y literatura, y actualmente cursa estudios de maestría en Literatura
Latinoamericana. Es miembro editor y fundador de la revista literaria Polifonía y del Premio Nacional de poesía Quijote de Acero – Klepsidra Editores. Ha
publicado El encuentro (cuento) y Elizabeth y las manzanas (poesía).
SELECCIÓN DE POEMAS
ELIZABETH
Y LAS MANZANAS
Elizabeth
tiene quince años,
los
ojos quedos y esquivos
como
dos peces azules.
Le
gusta salir de noche
a
disparar palabras verdes a los árboles secos,
bañarse
al final de la tarde,
cuando
los abismos esperan confundirse con el cielo,
le
gusta salir y desaparecer,
convertirse
en tigre y desgarrar al viento.
Confundirse.
Dejar
de ser rosa para ser tallo, raíz o pétalo,
respirar
el polen de sus abejas amantes,
Elizabeth
traiciona su sexo al mediodía.
Cuando
regresa de clase
hace
camino para sus manos blancas,
se
complace en acariciar senos firmes
y
trenzar cabellos largos,
o
besarlos y respirar un sudor que parece suyo.
Elizabeth
calla cuando mamá está en casa,
sonríe
cuando juega a la pelota
y
suspira cuando yo no estoy.
Elizabeth
se ha ido de casa,
probablemente
encontró un nuevo vientre
y
querrá volver al paraíso
para
morder de nuevo las manzanas.
SUBSUELO
La
ciudad,
ese
mural de oscuros espejos,
guarda,
entre sus grietas,
animales
tuertos,
sucias
madejas de huesos cansados y de venas rotas
que
se ocultan,
pacientes,
en
el subsuelo del olvido.
Guardan,
en bolsas de aire,
un
pedazo de pan,
una
madrugada amable,
algunas
monedas negras.
Lavan
la suciedad de sus días
con
la lluvia nocturna
o
la endurecen con soles verdes en una estación
cercana.
………………………………………
Entre
esos hombres está mi hermano, mi padre, mi
amigo,
mi hijo.
Uno
de esos hombres,
tal
vez,
soy
yo,
o
Dios esperando por el paraíso.
IMÁGENES
DE DOMINGO FRENTE A LA PUERTA DE SAN PEDRO
El
cielo entró en receso ante el altísimo precio del
pecado.
Caos
lleva el rostro de un jardín sin manzanas, es uno
más
de los ciegos amantes.
Parece
que Dios se ha colgado en los cabellos de
María,
no
se sabe cuál será el tamaño de su sepultura.
Los
arcángeles rumoran el regreso de Adán.
Se
ofrece recompensa a quien brinde información
sobre
el paradero de Eva,
desde
su partida han muerto todas las serpientes
ocasionando,
así, una progresiva desaparición de las
especies.
Las
charcas del cielo se han llenado de espinas,
por
ello mueren los ángeles de sed.
………………………………………
El
infierno es un volcán extinto,
un
niño salta a la cuerda en sus entrañas,
el
fuego siempre vuelve.
Sí,
el cielo está a punto de desaparecer
y
en ti sigue haciendo frío,
¿Adónde
irás entonces?
NADA
NOS PERTENECE
Para mi madre, que un día me dijo
–Esta vida mía le pertenece, hijo-.
Nada
nos pertenece madre,
nada
nos pertenece.
Ni
esta vida de paso que apenas nos sostiene,
ni
los remotos días en que viste la dicha,
¡esa
dicha tan breve!
No
madre, nada nos pertenece.
Yo
te escucho y lamento cada tarde vacía,
me
culpo, yo conozco la culpa,
por
no ser más feliz, por no aferrarme más,
por
dejar que me pase por encima la vida
o
me alcance la muerte (y la acoja sin prisa).
Madre,
nada nos pertenece.
Y
nos es un pronombre que se pronuncia solo.
Yo,
solo yo que te amo conozco de tus lágrimas
tan
plagadas de historia.
Yo
sé que un día, por ejemplo,
te
sentiste tan sola y tan desamparada…
No
madre, no sé nada,
guardemos
los secretos,
toda
la ropa sucia debe lavarse en casa.
Madre
nada nos pertenece.
Un
día nos iremos de esta casa,
de
estos humildes muebles, de las blancas ventanas
y
de las celosías. Un día nos iremos madre
y
veremos de lejos, y cada vez más lejos,
que
atrás se van quedando pedazos de la vida:
mi
infancia consumada y tus dieciocho años,
mi
adolescencia vana sobre tu breve espalda
y
tu vejez que aguarda acodarse en la mía.
Madre,
son las dos menos treinta y nada nos pertenece,
solo
nosotros, que apenas nos sabemos,
que
apenas hemos visto un rostro en el espejo
y
decimos entonces:
-este
tiempo no cesa de roerme la vida-.
Yo
madre, yo que soy esta herida,
esta
herida de muerte que va sangrando tiempo,
hoy
presiento que pronto,
(ojalá
me equivoque) rendirás tus banderas
al
barco de las sombras.
Y
a pesar de que digo que nada,
incluso
nada, tenemos en las manos,
tiemblo
cuando imagino
tus
brazos, tus abrazos, para siempre cerrados.
Nada
nos pertenece madre, pero si de algo sirve
sigamos
navegando, yo te ofrezco mi viento
para
empujar tu barco.
PARA
LLEGAR A PUERTO
Casi
he llegado a puerto.
Después
de un largo viaje,
de
navegar sin rumbo, sin cartas y sin brújula,
hoy
he visto de nuevo la orilla que me aguarda.
Llego
sin tripulantes.
Soy
solo yo, capitán y vigía de mi nave cansada,
esta
nave que un día, un día ya remoto,
se
dio a la mar con ansías de embriagarse del mundo
y
vagar con las olas en aguas cuyo nombre
no
ha sido pronunciado (secretamente,
tenía
la certeza de que incluso las olas,
un
día con buen viento, llegan hasta la costa).
Casi
he llegado a puerto,
tan
solo me hace falta fijar el rumbo exacto,
encontrar
un motivo y echar por fin las anclas.
Tan
solo necesito una palabra, para llegar a puerto una palabra,
dime
tu nombre, esa palabra exacta,
y
mi navío, te lo prometo, se anclará cada noche en tu orilla,
en
tu cuerpo.
Tan
solo necesito una palabra, para llegar a puerto una palabra,
Dime
tu nombre.
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