Postrera elegía
Caeré como el árbol de la selva, talado,
y tú, callado amigo, que a la luz sonreías,
caerás en la sombra para siempre, callado.
Ciego de poesía.
Rodaré como piedra por el hombre impulsada.
Y tú, lejana amiga, por quien sé la hermosura,
has de rodar vencida por la propia dulzura.
Muerta de la alborada.
El infante que alcanza en el sueño la estrella
y el anciano que juega con sus barbar pluviales
pasarán, como el agua del río, la doncella
y el viento en los trigales.
Y esta lumbre de amores que me roba el sosiego
y es incendio al impulso matinal de la brisa,
ha de ser en el tiempo de la muerte, ceniza
olvidada del fuego.
Porque sé que las rosas sólo duran un día
y el crepúsculo acaba donde empieza el lucero,
desde el fondo de mi alma una voz de elegía
me repite que muero.
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