RESPUESTA AL LIBRO FLORES PARA UN OCASO DE Omar Garzón
“No hay tiempo para llorar en el
campo cuando la única arma es el arado”
Con este verso del poema en prosa Vengo del silencio, de la primera sección Poemas del camino en una noche larga, que abre las Flores para un ocaso, arranca la poesía de Omar Garzón Pinto, en este su segundo poemario, en la segunda edición. Y podría decirse, así mismo, que se cierra el estudio de un oscuro episodio de la poesía colombiana enmarcada en la cruenta realidad de una guerra fratricida, desde que en 1948, fuerzas oscuras cometieran magnicidio en la humanidad de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo liberal, esperanza de una nación despedazada. Y esto lo presumo, no porque considere que la guerra deje de ser con un poema, o con un libro de poemas, al contrario, la guerra quiso y quiere y querrá, a toda costa, acabar con la poesía. Es más, la guerra puede terminar en Colombia, pero el establecimiento, la sociedad, el sistema seguirán haciéndole la guerra a la poesía, ignorándola, reprimiéndola, incluso usan para ello a los mismos poetas. Mas, para fortuna de los adictos a la alta palabra, es precisamente la voz de autores como Omar Garzón, la que vindica este hacer, este decir, y lo sostiene. La poesía colombiana, la verdadera poesía, permanece viva en Colombia merced a versos como el señalado, a poemas como Vengo del silencio, a libros como Flores para un ocaso; voces auténticas como la de Garzón Pinto nacen, respiran copulan y escriben a partir de 1948, en el medio de una de las violencias más terribles de la tierra. Es un grupo de autores, unos sincuenta, con S, que transitan la geografía nacional por todos los puntos cardinales,
“...Sus primeras publicaciones aparecen a finales de los setenta, y no obstante el sombrío panorama de la guerra y sus consecuencias de todo tiempo y orden, son portadores de una obra limpia, decantada, hecha de trozos de sueño ganados a una realidad que asoma cada día su rostro cruento en el espejo, pero alejada de la palabra altanera y contestataria. En su lugar, encontramos en los autores reseñados un alto valor estético, una palabra que si bien se aparta de la épica belicista, comporta en cambio un tono de angustia metafísica, de remembranza existencial, de nostalgia por la tierra. Acaso el sueño perdido en la parcela de la infancia. “(HGT, Poetas de la luz entre la sombra.)
Este poema Vengo del silencio, bastaría por si sólo para presentar la poesía de Omar. Está colmado de destellos de sombra. De imágenes oscuras que encienden el milagro. Que enseñan a los que se perdieron en la arenga, en el panfleto, en la mera denuncia, o en el artificio vano, los malabares, la maniobra. Por esta extraña virtud de la precocidad poética que sólo se da en los elegidos y, la verdad en Colombia son muy pocos, es que el poeta Omar y su obra cierra ese grupo que empieza con Horacio Benavides quien nació en 1949, empezó a publicar a finales de 1979, y reúne conspiradores de la alta palabra por un poco más de cincuenta años, los mismos de la barbarie, de la horrible noche que aún no cesa.
"Que venga la muerte
y toque la puerta
Que venga en la tarde
en la noche en el día
no importa estaremos
bañando las flores
preparando café
durmiendo a los niños
Que venga y pregunte
el día de la siega
el nombre del pueblo
de los campesinos
y pase revista
en el parque central
Que venga y se burle
de éstos nuestros miedos
Que nos forme a todos
uno junto al otro
apuntando nuestras
frentes nuestro pecho
nuestro pie embarrado
Que venga y nos pegue
que todos pondremos
esta otra mejilla. (…)"
Y en camino para el olvido, con tono de Lorca, continúa la voz certera, lírica, musical de la alta palabra disparando versos desde la trinchera de la insumisa. Se hace a veces alharaca sobre la rebeldía de la poesía, pero sentimos que a Ella hay que ayudarle, depende del poeta el calibre del verso y su acierto en el “blanco de la sombra” de la conciencia social de un pueblo aletargado. Y esto lo sabe muy bien Omar Garzón. Él ha bebido de la fuente de Lorca, de Hernández, del mejor Neruda, de Vallejo, de Leonel Rugama, entre varios, muchos poetas.
El tema de Thanatos es consustancial a la poesía como el de Eros. Ambos hacen parte de la misma cuerda que llamamos vida. No son opuestos. Son sólo los dos extremos de la misma realidad. Esto pues, desde la mirada ontológica. Pero aquí la muerte toma otro sentido, ya no es filosófico ni metafísico ni mucho menos existencial. No, aquí la percepción es de sobrevivencia, de lucha, de coraje, de consciencia, de despertar, de alerta. Este es un poema irónico. Por la rudeza del contenido, a falta de imágenes el poeta acude al sarcasmo. Y lo hace de contenido y continente magistral: “Que venga la muerte
y toque la puerta (…) // (…)Que venga y nos pegue / que todos pondremos / esta otra mejilla."
No es resignación, no es entrega; no es religión, ¡es dignidad! Es el compromiso del pueblo, en la voz del poeta. El compromiso con la historia. Es poesía rebelada.
En Poemas con cartografía del país imaginario, la poesía toma rostros diferentes pero el fondo es el mismo, la herida sangra igual, la muerte alumbra desde los mismos ojos, asalta desde la misma sombra. La mirada del poeta, su percepción, no sólo es la del que observa la tragedia, sino de quien la vive. No hay impostura, hay realidad. El dolor se manifiesta y se soporta en la palabra. Es un testimonio desde el ser interior del poeta. Él está en la mente, en el cuerpo de los seres que habitan estos poemas salidos de la parca, del vacío, de la ausencia. Imágenes del horror común de la violencia en todas partes habitan esta palabra. En cualquier lugar y tiempo de la tierra en donde haya violencia, estos poemas hablarán igual y serán recibidos por el hombre que pervive con el mismo sentimiento de pérdida y de nostalgia emputecida. La única presencia aquí es la ausencia: Sus huellas y la mesa aún siguen allí, /y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro, dice el poeta en el texto Día tras día. Y Neruda le responde preguntando: “Y dónde están las lilas?, / y la metafísica cubierta de amapolas? / y la lluvia que a menudo golpeaba las palabras / llenándolas de agujeros y de pájaros?"
En Poemas con naturaleza muerta Omar Garzón Pinto nos recuerda la universalidad de la lógica; la aldea global huele y respira la parca, es su esencia, su razón de ser, su debate cotidiano: el establecimiento. Y lo hace con una poesía decantada, breve, colmada de imágenes, de aciertos lingüísticos, esto es, con buen manejo del idioma que heredemos en suerte, veamos:
Estuvo con nosotros hasta que cayó el velo de la noche, hasta que sus pasos cesaron como lluvia inofensiva. (Una niña de ramalach)
2
"Las calles parecen un cementerio de luciérnagas./
Debajo de cada roca se esconde el llanto de algún niño." (Zaga)
"Lo único que a veces salva al hombre del olvido es el llanto que lo colma. Lo único que a veces nos salva a los habitantes de este espejismo del desierto es una bala que de nuevo se nos siembra entre los ojos." (Soliloquio en Palestina)
Y el poeta se pasea orondo por el verso libre, es decir el vertical, el de Juarroz, el que, como en los Upanishads, asciende hasta el sol y cuyo elemento es el fuego. Y por la prosa poética, con inusitado acierto. Y la ilógica de la poesía, la insumisa, la libertaria, siempre aquí presente.
Me disculparán por lo que voy a decir, pero basta este libro de Omar para que gane el reconocimiento de la posteridad. Podría huir de la poesía como Arthur Rimbaud, (Betrand, Isidore Lucien Ducasse, o entre nosotros el gran Aurelio Arturo. Y esto lo digo porque en el recorrido por Flores para un ocaso, las sorpresas, los destellos de sombra, los contenidos y continentes de luz, son cada vez más propicios. Y es que en Poemas con voces que trascienden en la noche, breves postales a lo Diana Carolina, poemas en prosa, la poética enciende la hoguera del sueño. Y sepan que conozco sobre poesía colombiana contemporánea:
"Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal; a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos; a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida.
Aún deseo escribir: Observo la figura de los astros con un hilo de preguntas en cada pestaña; trato de esculpir la inmensidad del universo con algunas líneas; dibujo el mensaje de las nubes con unos pocos versos. A penas, si puedo, me pongo de pie y saludo desde este tronco a una migración de aves, pero no puedo mentirme, no puedo engañarme –me digo ahora que amanece–:
Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas."
En la sección Flores para un ocaso, Omar Garzón Pinto, se traslada al Haiku. Aquí uno se podría detener un buen rato. Pero baste decir que es un salto grande, pasar de la poesía que tradicionalmente se escribe en occidente a la que tradicionalmente se escribe en Oriente. Esto tiene, además de un fondo cultural, una connotación ontológica o axiológica, o ambas. La poesía es universal, claro. Es cósmica, si se prefiere. Es un don como una maldición. Muchos poetas se han condenado en la poesía. El malditismo poético es un ejemplo. Otros como Juan de la Cruz han encontrado en la poesía el medio para trascender La noche oscura del alma o al menos para entablar una cercanía con Dios. Otros como nuestro inmenso Carlos Obregón han luchado interiormente entre la luz en la sombra para al final caer en la tentación última. Como José Asunción Silva. Otro tanto le pasó a José Antonio Ramos Sucre. Y a César Dávila Andrade. Y a Ana Cristina César de Brasil, más recientemente, en 1983, para nombrar sólo algunos. En fin. Digo esto para significar que hay una gran diferencia entre el modo de abordar la poesía entre oriente y occidente. Al igual que sucede con la filosofía. La poética de oriente es más espiritual, más breve, más silenciosa. Si bien es cierto que el Haiku, la tanka y el dístico exigen cierto artificio por aquello de su estructura, también es cierto que el ejercicio es más de meditación que de malabar desde la lógica. Y su efecto es, por consiguiente, mucho más reparador que el soneto de occidente, por ejemplo.
La paz no es lógica, no tiene asidero en la razón, no es cómplice de Aristóteles. La poesía no es lógica, no tiene asidero en la razón, no es cómplice de Aristóteles. Y por pura lógica, es decir por la razón, el argumento, el debate sabemos que el enemigo común de la paz y de la poesía es el sistema, la sociedad, el establecimiento: ese mismo establecimiento que mato a Lorca, a Hernández y a Rugama. Al primero y al último los mato a bala. Al segundo a punta de sombra. Sólo nos resta decir tres cosas entonces: una por cada uno, en su homenaje: por Lorca diremos que aquí está Omar Garzón con su poesía colmada de luz; por Hernández, recordemos unas palabra que le dejó a Omar: “juventud que no se arriesga, sangre que no se derrama, ni es sangre, ni es juventud”. Y por Rugama, cada vez que el establecimiento, la sociedad, el sistema, la editorial, el librero, el carnicero nos digan que la poesía no sirve para nada: que “la poesía no se vende porque no se vende…”, ¡deja de perder el tiempo, ríndase!, le podemos responder con Leonel Rugama ¡¡Que se rinda tu madre!!
Con este verso del poema en prosa Vengo del silencio, de la primera sección Poemas del camino en una noche larga, que abre las Flores para un ocaso, arranca la poesía de Omar Garzón Pinto, en este su segundo poemario, en la segunda edición. Y podría decirse, así mismo, que se cierra el estudio de un oscuro episodio de la poesía colombiana enmarcada en la cruenta realidad de una guerra fratricida, desde que en 1948, fuerzas oscuras cometieran magnicidio en la humanidad de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo liberal, esperanza de una nación despedazada. Y esto lo presumo, no porque considere que la guerra deje de ser con un poema, o con un libro de poemas, al contrario, la guerra quiso y quiere y querrá, a toda costa, acabar con la poesía. Es más, la guerra puede terminar en Colombia, pero el establecimiento, la sociedad, el sistema seguirán haciéndole la guerra a la poesía, ignorándola, reprimiéndola, incluso usan para ello a los mismos poetas. Mas, para fortuna de los adictos a la alta palabra, es precisamente la voz de autores como Omar Garzón, la que vindica este hacer, este decir, y lo sostiene. La poesía colombiana, la verdadera poesía, permanece viva en Colombia merced a versos como el señalado, a poemas como Vengo del silencio, a libros como Flores para un ocaso; voces auténticas como la de Garzón Pinto nacen, respiran copulan y escriben a partir de 1948, en el medio de una de las violencias más terribles de la tierra. Es un grupo de autores, unos sincuenta, con S, que transitan la geografía nacional por todos los puntos cardinales,
“...Sus primeras publicaciones aparecen a finales de los setenta, y no obstante el sombrío panorama de la guerra y sus consecuencias de todo tiempo y orden, son portadores de una obra limpia, decantada, hecha de trozos de sueño ganados a una realidad que asoma cada día su rostro cruento en el espejo, pero alejada de la palabra altanera y contestataria. En su lugar, encontramos en los autores reseñados un alto valor estético, una palabra que si bien se aparta de la épica belicista, comporta en cambio un tono de angustia metafísica, de remembranza existencial, de nostalgia por la tierra. Acaso el sueño perdido en la parcela de la infancia. “(HGT, Poetas de la luz entre la sombra.)
Este poema Vengo del silencio, bastaría por si sólo para presentar la poesía de Omar. Está colmado de destellos de sombra. De imágenes oscuras que encienden el milagro. Que enseñan a los que se perdieron en la arenga, en el panfleto, en la mera denuncia, o en el artificio vano, los malabares, la maniobra. Por esta extraña virtud de la precocidad poética que sólo se da en los elegidos y, la verdad en Colombia son muy pocos, es que el poeta Omar y su obra cierra ese grupo que empieza con Horacio Benavides quien nació en 1949, empezó a publicar a finales de 1979, y reúne conspiradores de la alta palabra por un poco más de cincuenta años, los mismos de la barbarie, de la horrible noche que aún no cesa.
"Que venga la muerte
y toque la puerta
Que venga en la tarde
en la noche en el día
no importa estaremos
bañando las flores
preparando café
durmiendo a los niños
Que venga y pregunte
el día de la siega
el nombre del pueblo
de los campesinos
y pase revista
en el parque central
Que venga y se burle
de éstos nuestros miedos
Que nos forme a todos
uno junto al otro
apuntando nuestras
frentes nuestro pecho
nuestro pie embarrado
Que venga y nos pegue
que todos pondremos
esta otra mejilla. (…)"
Y en camino para el olvido, con tono de Lorca, continúa la voz certera, lírica, musical de la alta palabra disparando versos desde la trinchera de la insumisa. Se hace a veces alharaca sobre la rebeldía de la poesía, pero sentimos que a Ella hay que ayudarle, depende del poeta el calibre del verso y su acierto en el “blanco de la sombra” de la conciencia social de un pueblo aletargado. Y esto lo sabe muy bien Omar Garzón. Él ha bebido de la fuente de Lorca, de Hernández, del mejor Neruda, de Vallejo, de Leonel Rugama, entre varios, muchos poetas.
El tema de Thanatos es consustancial a la poesía como el de Eros. Ambos hacen parte de la misma cuerda que llamamos vida. No son opuestos. Son sólo los dos extremos de la misma realidad. Esto pues, desde la mirada ontológica. Pero aquí la muerte toma otro sentido, ya no es filosófico ni metafísico ni mucho menos existencial. No, aquí la percepción es de sobrevivencia, de lucha, de coraje, de consciencia, de despertar, de alerta. Este es un poema irónico. Por la rudeza del contenido, a falta de imágenes el poeta acude al sarcasmo. Y lo hace de contenido y continente magistral: “Que venga la muerte
y toque la puerta (…) // (…)Que venga y nos pegue / que todos pondremos / esta otra mejilla."
No es resignación, no es entrega; no es religión, ¡es dignidad! Es el compromiso del pueblo, en la voz del poeta. El compromiso con la historia. Es poesía rebelada.
En Poemas con cartografía del país imaginario, la poesía toma rostros diferentes pero el fondo es el mismo, la herida sangra igual, la muerte alumbra desde los mismos ojos, asalta desde la misma sombra. La mirada del poeta, su percepción, no sólo es la del que observa la tragedia, sino de quien la vive. No hay impostura, hay realidad. El dolor se manifiesta y se soporta en la palabra. Es un testimonio desde el ser interior del poeta. Él está en la mente, en el cuerpo de los seres que habitan estos poemas salidos de la parca, del vacío, de la ausencia. Imágenes del horror común de la violencia en todas partes habitan esta palabra. En cualquier lugar y tiempo de la tierra en donde haya violencia, estos poemas hablarán igual y serán recibidos por el hombre que pervive con el mismo sentimiento de pérdida y de nostalgia emputecida. La única presencia aquí es la ausencia: Sus huellas y la mesa aún siguen allí, /y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro, dice el poeta en el texto Día tras día. Y Neruda le responde preguntando: “Y dónde están las lilas?, / y la metafísica cubierta de amapolas? / y la lluvia que a menudo golpeaba las palabras / llenándolas de agujeros y de pájaros?"
En Poemas con naturaleza muerta Omar Garzón Pinto nos recuerda la universalidad de la lógica; la aldea global huele y respira la parca, es su esencia, su razón de ser, su debate cotidiano: el establecimiento. Y lo hace con una poesía decantada, breve, colmada de imágenes, de aciertos lingüísticos, esto es, con buen manejo del idioma que heredemos en suerte, veamos:
Estuvo con nosotros hasta que cayó el velo de la noche, hasta que sus pasos cesaron como lluvia inofensiva. (Una niña de ramalach)
2
"Las calles parecen un cementerio de luciérnagas./
Debajo de cada roca se esconde el llanto de algún niño." (Zaga)
"Lo único que a veces salva al hombre del olvido es el llanto que lo colma. Lo único que a veces nos salva a los habitantes de este espejismo del desierto es una bala que de nuevo se nos siembra entre los ojos." (Soliloquio en Palestina)
Y el poeta se pasea orondo por el verso libre, es decir el vertical, el de Juarroz, el que, como en los Upanishads, asciende hasta el sol y cuyo elemento es el fuego. Y por la prosa poética, con inusitado acierto. Y la ilógica de la poesía, la insumisa, la libertaria, siempre aquí presente.
Me disculparán por lo que voy a decir, pero basta este libro de Omar para que gane el reconocimiento de la posteridad. Podría huir de la poesía como Arthur Rimbaud, (Betrand, Isidore Lucien Ducasse, o entre nosotros el gran Aurelio Arturo. Y esto lo digo porque en el recorrido por Flores para un ocaso, las sorpresas, los destellos de sombra, los contenidos y continentes de luz, son cada vez más propicios. Y es que en Poemas con voces que trascienden en la noche, breves postales a lo Diana Carolina, poemas en prosa, la poética enciende la hoguera del sueño. Y sepan que conozco sobre poesía colombiana contemporánea:
"Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal; a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos; a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida.
Aún deseo escribir: Observo la figura de los astros con un hilo de preguntas en cada pestaña; trato de esculpir la inmensidad del universo con algunas líneas; dibujo el mensaje de las nubes con unos pocos versos. A penas, si puedo, me pongo de pie y saludo desde este tronco a una migración de aves, pero no puedo mentirme, no puedo engañarme –me digo ahora que amanece–:
Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas."
En la sección Flores para un ocaso, Omar Garzón Pinto, se traslada al Haiku. Aquí uno se podría detener un buen rato. Pero baste decir que es un salto grande, pasar de la poesía que tradicionalmente se escribe en occidente a la que tradicionalmente se escribe en Oriente. Esto tiene, además de un fondo cultural, una connotación ontológica o axiológica, o ambas. La poesía es universal, claro. Es cósmica, si se prefiere. Es un don como una maldición. Muchos poetas se han condenado en la poesía. El malditismo poético es un ejemplo. Otros como Juan de la Cruz han encontrado en la poesía el medio para trascender La noche oscura del alma o al menos para entablar una cercanía con Dios. Otros como nuestro inmenso Carlos Obregón han luchado interiormente entre la luz en la sombra para al final caer en la tentación última. Como José Asunción Silva. Otro tanto le pasó a José Antonio Ramos Sucre. Y a César Dávila Andrade. Y a Ana Cristina César de Brasil, más recientemente, en 1983, para nombrar sólo algunos. En fin. Digo esto para significar que hay una gran diferencia entre el modo de abordar la poesía entre oriente y occidente. Al igual que sucede con la filosofía. La poética de oriente es más espiritual, más breve, más silenciosa. Si bien es cierto que el Haiku, la tanka y el dístico exigen cierto artificio por aquello de su estructura, también es cierto que el ejercicio es más de meditación que de malabar desde la lógica. Y su efecto es, por consiguiente, mucho más reparador que el soneto de occidente, por ejemplo.
La paz no es lógica, no tiene asidero en la razón, no es cómplice de Aristóteles. La poesía no es lógica, no tiene asidero en la razón, no es cómplice de Aristóteles. Y por pura lógica, es decir por la razón, el argumento, el debate sabemos que el enemigo común de la paz y de la poesía es el sistema, la sociedad, el establecimiento: ese mismo establecimiento que mato a Lorca, a Hernández y a Rugama. Al primero y al último los mato a bala. Al segundo a punta de sombra. Sólo nos resta decir tres cosas entonces: una por cada uno, en su homenaje: por Lorca diremos que aquí está Omar Garzón con su poesía colmada de luz; por Hernández, recordemos unas palabra que le dejó a Omar: “juventud que no se arriesga, sangre que no se derrama, ni es sangre, ni es juventud”. Y por Rugama, cada vez que el establecimiento, la sociedad, el sistema, la editorial, el librero, el carnicero nos digan que la poesía no sirve para nada: que “la poesía no se vende porque no se vende…”, ¡deja de perder el tiempo, ríndase!, le podemos responder con Leonel Rugama ¡¡Que se rinda tu madre!!
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