Tu viaje a la soledad de la noche
Para merecer los caminos del mar el hombre ha de ser su propia nave
guiado por el pensamiento y la perplejidad de su lenguaje. Cualquier punto
servirá como partida llevándose como equipaje a sí mismo, su carga delirante de
recuerdos, su pasión apuntando a la deriva y su doliente Itaca fulgurando en la
memoria.
Nada más acorde con los sueños que la aventura del infortunio; nada más
certero
que la propia incertidumbre y su íntimo dolor enfrentándose a su rostro;
despertarse una mañana en tierra lejanas y encontrarse en una mirada que nunca volveremos a contemplar; descubrir que no es el atavío de la palabra
poética lo que nos desconcierta sino su huella y su música profunda asestando
nuestros sueños; avanzar herido hacia un puerto imaginado buscando
alivio y protección; en fin, saborear la desazón de nuestro destino al cruzar
el umbral de otras vidas desconocidas cuyas miserias nos están anhelando tanto como nuestras
ilusiones.
Solo hay que dejarse ir, desnudar ciertos temores, sentirse, como lo
somos, dueños de nada, y creer con vehemencia que el universo todo lo provee,
desde la dicha del amar y ser amado, hasta el faro de la muerte vislumbrándonos
en su justo momento.
Para alucinar los caminos del mar solo faltas tú como viajero. Aférrate
a tu nave y no permitas que su quilla estalle antes de tiempo. Arrea su última
vela, así esta sea tu propia alma. En una de las tantas rutas podremos
cruzarnos; reconoce esta mano hermana, que más que un adiós dibujado a la distancia, alentará tu
viaje a la soledad de tu noche.
Hernán Vargascarreño (Zapatoca, Col. 1960)
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