1/22/2013

Hernán Vargascarreño


Tu viaje a la soledad de la noche

Para merecer los caminos del mar el hombre ha de ser su propia nave guiado por el pensamiento y la perplejidad de su lenguaje. Cualquier punto servirá como partida llevándose como equipaje a sí mismo, su carga delirante de recuerdos, su pasión apuntando a la deriva y su doliente Itaca fulgurando en la memoria.

Nada más acorde con los sueños que la aventura del infortunio; nada más certero
que la propia incertidumbre y su íntimo dolor enfrentándose a su rostro; despertarse una mañana en tierra lejanas y encontrarse en una mirada que nunca volveremos a contemplar; descubrir que no es el atavío de la palabra poética lo que nos desconcierta sino su huella y su música profunda asestando nuestros sueños; avanzar herido hacia un puerto imaginado  buscando alivio y protección; en fin, saborear la desazón de nuestro destino al cruzar el umbral de otras vidas desconocidas cuyas miserias nos están anhelando tanto como nuestras ilusiones.

Solo hay que dejarse ir, desnudar ciertos temores, sentirse, como lo somos, dueños de nada, y creer con vehemencia que el universo todo lo provee, desde la dicha del amar y ser amado, hasta el faro de la muerte vislumbrándonos en su justo momento.

Para alucinar los caminos del mar solo faltas tú como viajero. Aférrate a tu nave y no permitas que su quilla estalle antes de tiempo. Arrea su última vela, así esta sea tu propia alma. En una de las tantas rutas podremos cruzarnos; reconoce esta mano hermana, que más que un adiós dibujado a la distancia, alentará tu viaje a la soledad de tu noche.


Hernán Vargascarreño (Zapatoca, Col. 1960)

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