11/18/2012

Carlos Fajardo Fajardo




Carlos Fajardo Fajardo, Santiago de Cali, Colombia. Es poeta y ensayista, filósofo, Magíster en literatura y Doctor en Literatura de la UNED (España). Cofundador de la Corporación “Si Mañana Despierto”, dedicada a la investigación y creación artística y literaria. Docente de planta en la Maestría Comunicación-Educación de Facultad de Ciencias y Educación, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá.
Ha publicado los libros de poesía: Origen de Silencios. Fundación Banco de Estado, Popayán (1981); Serenidad Sitiada, (1990);  Veraneras (1995);  Atlas de callejerías (1997); Tierra de Sol (2003);  la antología de su poesía titulada Serenidad Sitiada, Universidad del Valle, 2004; Navíos de Caronte (2009); Péndulo de Arena. Antología. Bogotá: Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia, 2013. El libro de crónicas La ciudad del poeta (2013), El Primer sol (Antología), Universidad Nacional, 2014.
Entre sus libros de ensayos recientes  se encuentran Estética y sensibilidades posmodernas. ITESO, Guadalajara, Méjico, 2005; la obra colectiva Real/Virtual en la estética y teoría de las artes. Barcelona: Paidós, 2006; El arte en tiempos de globalización. Nuevas preguntas, otras fronteras. Universidad de la Salle, 2006; Rostros del autoritarismo. Mecanismos de control en la sociedad global. Le Monde Diplomatique. Edición Colombia, 2010, Las vanguardias artísticas del siglo XX, Le Monde Diplomatique. Edición Colombia, 2011; La ciudad poema. La ciudad en la poesía colombiana del siglo XX, Universidad de La Salle, 2011, El Bazar de lo efímero. El arte en la Cultura del mercado. (2014). Bogotá: Editorial Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Su poesía figura en varias antologías de las cuales se destacan: Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, Si Mañana Despierto Ediciones, Tunja, 2005; Caligrafías, La ciudad literaria= Cali-grafies. La cité littéraire. (Antología bilingüe). Universidad del Valle, Cali, 2008. Poesía Colombiana. Antología 1931-2011. Selección Fabio Jurado. Ministerio de Cultura de Colombia, Editorial Común Presencia, Bogotá, 2011.
Poemas y ensayos suyos han sido traducidos al inglés, italiano, francés, serbio, polaco y portugués. Ganador del premio de poesía Antonio Llanos, Santiago de Cali 1991; segundo premio en el Primer Concurso Nacional de Poesía ICFES, 1984; Mención de Honor en el Premio Jorge Isaacs 1996 y 1997; Mención de Honor Premio Ciudad de Bogotá, 1994 y premio de poesía Jorge Isaacs 2003.







Del libro Origen de silencios (1981)



Palabras de Orfeo

Los poetas seremos siempre los hurtadores del alba
                                                                                                              y de la noche
De la serenidad y la tormenta
Abriremos una herida
En el alma de todo forastero
Veremos siempre lo que fuimos y lo que somos

Los poetas
                               cargaremos el dolor
igual que los ancianos la prontitud de la muerte.






Del libro  Serenidad sitiada (1991)


El primer sol

Si escribí fue tan solo para no morir.
En mis primeros años
no contaba con la astucia de hombres muertos
Caminaba entre higueras marchitas
conociendo de prisa  la silueta de las cosas
sin olvidar sus formas
me detuve a darles nombre.
Así aprendí el mundo.
Ahora no puedo faltar a mi palabra.
De este a oeste
igual a péndulo de arena
mi deseo crece cotidiano





Del libro Veraneras, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1995). Premio de poesía Antonio Llanos, Cali, 1991.



Los patios

En la tierra madura de capote
las chicharras plantaron sus chillidos.
Mi madre  cosió muchos ojales
mirando a través de la cortina
aquel limonero que en el patio maduraba.
De tarde en tarde
llegaban las visitas,
se reunían  en torno a las macetas
                               del blanco mediodía.

Con los primeros vientos
el ligero lagarto se escabullía entre los muros
y las ropas, sostenidas en alambres,
                                                               se desplomaban
tal como sucediera con sus dueños.
A lo lejos
                     se oía el rumor de los hijos
¿O sería la lluvia cantando en los aleros?

Mientras tanto el limonero,
                                                               aún dormido,
se arrulla con ese cascabel mágico de aguas.




Del libro Atlas de callejerías. Trilce Editores, Bogotá (1997).


Monólogo del callejero


I

De estrella  a estrella mi casa está en silencio. Mi mujer tiene sumergidas sus manos en la noche y canta una  rapsodia antigua como mis ojos.

Aquí están estos volcanes con su humo de ciudad. Mi mujer, que ha mirado desde entonces las múltiples erupciones vitales, se prepara para guiarme entre las multitudes como a un ciego que intuye en las esquinas los ocultos secretos de las puertas.

Mi mujer destroza en la calle a mis más crueles enemigos. Alta, fuerte, los va alejando con un movimiento de manos, los encierra en una botella de oro y los arroja a un paraíso perdido.

Ella es mi ciudad. Voy penetrándola hasta la delicia de  morir, ensartada en mis astas, ondeando en las afueras del mundo, allá en los espacios.

Muerte de mis viejos amigos, estoy con mi mujer que me salva, me deja intacto sobre las tablas de estos escenarios. Prendido a sus largas pestañas y refugiado en un rincón de sus ojos, yo elaboro los atlas como un cartógrafo mayor para inventar la noche  de los amorosos.



II

Día de mi matrimonio sagrado. Mi novia es esta ciudad. La encuentro en el árbol simulado, en la misma postura con que respiro sobre esta calle de viento.

Estoy en mi noche de bodas. Mi novia es el azar. Está en el corazón de los amantes que se entregan como si hubiera una sola luz. Ella es el todo, la única forma que yo encuentro entre las formas, la única ganancia de encontrar mi voz en las estrellas; profundidad y altura, altura de nube, nombre de nube que impulsa a perderme.

He rivalizado con el mundo. Sólo mi mujer me salva. En su voz la ciudad es más tangible, poderosa, igual a sus ojos donde ella mira por mí.

Ahora duerme plácida con su sexo sobre un lecho de asombros, bajo el cielo de alguna colina.


III

Una tempestad de viento pasa por las columnas de museos ceremoniales. Cascadas se oyen y son alimento de pájaros de ciudad. Elevo la cara y observo el arco iris que ha dejado la lluvia; dejo a un lado los asuntos íntimos y me consuelo con ver las congregaciones de cosas que en su extraño desplazamiento y comunión forman estos mundos.

Después de la tormenta existe un movimiento constante en mis afueras, banderas suspendidas en sus astas. De ellas están hechos mis vestidos y cómo las desprecio y las amo. Seguiremos irguiéndolas en las ventanas, en la cabeza, en nuestros corazones.

Sacrificio de salir a la calle vestido con el color de los muertos.


V

Soy el que elaboro los atlas, el callejero que viaja deteniéndose y no va de visita sino como casero, forma de ser en los dolorosos astros.

Un esplendor, un rayo de luz en mis pupilas, calcina la sangre de estas piedras que reunidas unas sobre otras construyen mi casa, la imponen como un ángel caído ante
los barrios. Yo soy sus ventanas, esa puerta que se abre a los afanosos viajes.

Esto es pasajero, me digo. Estas arrugas y temblores de manos, esta insoportable autodestrucción. Más allá vive la esperanza incierta como un laberinto donde hay que derrotar al monstruo que día a día al cortar su cabeza se renueva. Así es mi esperanza, la lucha con el monstruo de cien mil cabezas.





Del libro Navíos de Caronte, Común Presencia Editores, Bogotá, 2009.


Navíos

Nos enmudece el grito del mar
su insistente sonido.
Cruel es el viento.
Golpea cuerpos de legendarios guerreros
diestros en soportar el hambre milenaria.

Nos enmudece este mar antiguo
esculpido en la memoria
y el deseo de alcanzar su inabarcable horizonte.

Rumores nos llegan con el aire.
Arrastramos por la arena los navíos
y una gota de sal se posa en nuestros ojos.

Nos embriaga el sonido de las olas
el llamado de Caronte.

La soledad es esta barca envuelta de tragedia.

Las moscas circulan por nuestros rostros.
Tenemos ya tatuado el signo de la muerte





Otros poemas



Donde nace y acaba el mundo

Detrás de todo gran amor la nada acecha.
Oscar Hahn


La muerte te observa desnuda
y se desvela.
Se ha enamorado de ti
pero prefiere entretenerse conmigo.
Observa tus senos y se disipa.
Teme al radiante esplendor de tu sexo
al fuego de tus ojos,
palidece de amor
no osa penetrarte
se disipa.

Entonces derrotada
contempla tus impenetrables cabellos
donde nace y acaba el mundo





PARA LÊDO IVO

También Lêdo Ivo he sentido como tú
la belleza y el horror en una nerviosa lagartija.
Entre piedras, mangos, higuerillas
salí a recorrer el pequeño-ancho mundo.
Vi en sus ojos de diamante
el sufrimiento celeste
esa luz que pronto se apagaría.

Me escondo de Dios, de sus invisibles latidos.
Corro por corredores de sombra tras mi sombra.
Sin brújula que me ampare
lanzo al mar mi infancia y algo se muere
dejando a este hombre viudo de niñez.

También Lêdo he bebido la sangre de mis semejantes.
Han pasado sobre mí girasoles marchitos, 
/cansados del sol
he pactado con las Hadas
visto en el mar otro mar cercano y terrible.
La poesía es nuestro reino
Ángel y Daimon que se oculta bajo el ropaje del dolor
un rito supremo para detener la muerte.

Ahora esperamos tu llegada
para saludar con varias voces
la alegría que construye un poema.
Noches en las que no trina un pájaro
en las que tus palabras suenan más sonoras y justas.

Duro ha sido el tiempo de vivir.
Se derrumban muros y ventanas.
Algo perdura entre los matorrales
algo que no es delirio de la muerte
sino tus poemas resistiendo al fuego
al buitre de la realidad sonora y triste.

Recibe hoy estas palabras recientes
mis versos repetidos para no morir
secretos a voces pronunciados entre amigos
que como murciélagos sedientos
chocan locos
contra las blancas paredes del amor





POEMA A NAZIM HIKMET


Hoy que llueve sobre Bogotá
leo tus poemas Nazim Hikmet, tus cartas desde las cuatro cárceles,
el recuerdo de los patios sonoros en Istambul
el lento pero seguro avance de tu angina de pecho.

No me desilusiono ni lloro.
Tampoco soy un simple desesperanzado.
Sin embargo, Nazim, mi país es una cárcel mayor,
mayor que la de tu Ankara, más fría que la de Cankiri
más insoportable que la de Bursa.
Todas tus cuatro cárceles reunidas son apenas recintos con jardín.

Como tú, turco naciente,
en el nombre de esta tierra tomo la palabra
y malas noticias me llegan con lluvia matutina
malas noticias sobre un país cerrado donde nadie nos deja cantar.

Prisionero, exiliado eterno,
con quince heridas, según decías,
escribo en torno a estas paredes deseando ver una luz.
Escucha Hikmet este poema compuesto por varias manos
con despedazadas uñas de tanto escarbar.

También estamos incomunicados como lo estuviste en Ankara
donde te prohibían ver el cielo azul y un árbol silvestre
plantado en algún sitio.
También hablamos con nosotros mismos
en siniestras ciudades
y nos dan ganas de llorar sobre algún seno
llorar o insultar temblando en la lluvia.

Destrozados, solos con el vaivén de lentas horas,
vigilados desde los cuatro costados
se abre nuestra ira como una gran verdad
y en las torres del aire
lanzamos gritos por oscuras ventanas.

Nazim Hikmet, llueve sobre Bogotá.
Yo releo tu poema a Taranta-babu
pero no puedo hacer un himno para beberme el sol
no puedo estrechar mi pecho y darme alegría.

¿Cuándo cesará esta llama que a todos calcina?


Carlos Fajardo Fajardo, poeta colombiano.