6/21/2016

La cinco letras del deseo



Este año tuvimos el gusto de ver el surgimiento de Las cinco letras del Deseo, Antología latinoamericana de poesía homoafectiva del siglo XX, surgido del arduo y juicioso trabajo investigativo de los poetas Omar Ardila y Hernán Vargascarreño. El título se presenta bajo el cuidado editorial de Ediciones Exilio, sello dirigido por este último.

Dicho lo anterior, les extiendo, pues, a los amigos que estén en Bogotá, la invitación que nos hace Ardila Murcia.

Un abrazo, amigos, y no se pierdan esta presentación en este ya tradicional espacio cultural de Bogotá.

La primera antología latinoamericana de poesía homoafectiva, titulada "Las cinco letras del Deseo", tendrá una nueva presentación en A seis manos, espacio cultural del Centro de Bogotá. 
Luego de las exitosas presentaciones en Punto Theca y La valija de fuego, la antología sigue su recorrido por los espacios culturales donde se vive y respeta la diversidad. 
La próxima cita es en A seis manos (Calle 22 No. 8-60) el martes 28 de junio, a las 6:30 p.m.
Todos están cordialmente invitados.
Saludos cordiales.

Omar Ardila
Aquí unos enlaces sobre la antología:




6/18/2016

Flores para un ocaso - Segunda Edición




Amigos, esta semana salió del taller de impresión la segunda edición del libro Flores para un ocaso. La curaduría editorial y el diseño corrieron bajo el cuidado del sello Piedra de Toque, dirigido por la gestora cultural Diana Carolina Daza Astudillo.
Pronto podremos encontrar este trabajo en algunas librerías de las principales ciudades de Colombia. Mientras eso sucede, les comparto tres textos que igual número de amigos escribieron a propósito de este libro de poemas.

Espero que los disfruten.

Un fraterno saludo para todos.

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Prólogo


Debajo de la tierra se guardan todas las cosas. Debajo de la luz duerme todo y todo respira, palpita y  con los ojos cerrados estruja el mundo. Así la tierra, redondeada en pequeños mundos, transita por una nada inmensa bordada de lucecitas. Lo que llamamos vida ocurre exactamente con la misma monotonía, a veces como una repentina explosión, otras como un parpadeo constante, la mayor parte del tiempo como vacío. Rocas nadando hacía una profundidad cada vez más oscura, por lo mismo más entrañable, siempre girando, mudas alrededor de alguna luz, con frío.
Estas “Flores para un ocaso” son la memoria del frío. Sensación, sentimiento y textura que discurre a través de hechos. Cosas cotidianas como la muerte, los silbidos del plomo, el perturbador crujimiento de las hojas bajos miles de pies que huyen, el golpe suave de los parpados que se cierran para siempre, la miseria de los imposibles, el silencio contuso de todo lo negado y lo que termina olvidado. Quien se ha entrenado, desde pequeño, en la humilde labor de visitar cementerios comprende lo que significa hablar con los muertos; pero sólo quien ha nacido en medio de la guerra es capaz de vivir al lado de los muertos. Todo el horizonte se pixela en un panteón gigante, detrás de cada silueta hay un alma que te saluda, casi reclamando un poco de la vida que no fue suya.
Estas “Flores” ejercitan el recuento de los ciclos. Saben que el color llega mediante el viaje del polen, conocen la rebeldía de cada uno de sus brotes y se han entrenado con cada año en la tarea de marchitar. Así como las flores, esta palabra también protesta contra el tiempo y señala con su marca el suelo. En nuestra diminuta historia la boca nos dio la posibilidad de nombrar un mundo y comunicarnos con él, aprendimos a escribir con el único propósito de hacer duraderos los recuerdos. El ejercicio de nuestras manos convirtiendo trazos en signos es la extensión de nuestra huella. Cicatriz que habla de cosas buenas y de tragedias, de héroes y monstruos, de dioses y demonios. El papel es ahora la textura de rocas viejas contando los hechos o sus mentiras. Sin duda estos versos apuestan por los hechos, en gesto solidario abrazan pueblos y personas aplastadas por la mentira.
Ahora bien, a lo largo del cuerpo de este apasionante encadenado poético, en sus episodios se nos pone delante del propio individuo explicándose a sí mismo en medio del camino. Aparece como un animal poderoso acurrucado detrás del un cristal. El testigo de sus temblores, el hambre y los tajos del frío es solamente la noche. Jaime Saenz se refería a este recinto así: “La noche, es una revelación no revelada. Acaso un muerto poderoso y tenaz, quizá un cuerpo perdido en la propia noche. En realidad, una hondura, un espacio inimaginable. Una entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita, y que sin duda oculta muchas claves de la noche.” El poeta de las “Flores para el ocaso” se recuesta exactamente en esa línea del horizonte donde los astros trasponen su hora.
El epílogo de lugar que nos convoca ahora, nos agasaja con versos respirados, una forma lírica parecida al palpitar, por eso cada poema quiere ser definitivo y terminal. En sintonía a su cuerpo los textos destellan esas extrañas luces que retumban en el vacío. Pequeña crónica de un momento capturado por una vida que aún tiene la suerte de mirar. Omar Garzón, es el dueño de esa vida, anfitrión silencioso pero tierno. En el trazo de sus manos se nos entrega a cada uno este ramo brotado de pétalos atardecidos. Todos los colores se trasfiguran con las ondas de la luz de una puesta de sol. El convite está hecho, la mesa está servida. Cuando termines “Encuentra una salida. Mira hacia otro lado, corre en otra dirección y no cierres las ventanas.


Jorge Carlos Ruiz De la Quintana
Filósofo, teólogo y antropólogo boliviano







Flores para un ocaso


Omar Iván Garzón Pinto, autor de este libro de fuego que consume a quien se  lanza a la conflagración de sus páginas, conduce al lector a una poesía urbana escrita en tiempos de guerra. Porque el autor de este libro no se camufla tras exacerbados lirismos ni sube a su alta torre de marfil a contemplar su realidad próxima, alejado del dolor que lo rodea, sino que camina entre las hojas, los ríos, las caracolas, y las olas, y es anónimo entre los muertos bajo un cielo de sangre.
Es más: Nunca se autoproclama poeta ni se regodea en sus más elevados egos literarios o ensimismamientos místicos. Tampoco es un pastor callado que vaga por el campo custodiando sus palabras para que no caigan al olvido. Al contrario, es un artesano que trabaja con las manos y el corazón las palabras cotidianas, para extraer el fuego que calcine al que transita las páginas de Flores para un ocaso, y con ese fuego entre sus manos, hace del lector silencio de agua, silencio donde zumban las ramas de la memoria, abismo bajo la luna, bosque de pájaros, desierto habitado de fantasmas, arado que empuja la lluvia y el llanto en la desolación y la tragedia de la guerra. El lector de Flores para un ocaso es un transeúnte hecho polvo bajo la lluvia en la ciudad de la indiferencia.     
El poeta ha robado el fuego sagrado de los dioses, para entregarlo en Flores para un ocaso, quemándonos las manos. Porque sus manos son ceniza por el fuego de la guerra. Es que Flores para un ocaso tiene páginas memorables no por la técnica usada, ni las metáforas, ni las imágenes bíblicas construidas por un profeta que oye los silbos de Dios, sino porque hay un Jacob postmoderno que sube y baja la escalera de la poesía como un bastión de lucha ante el olvido y la reivindicación de la memoria. Es por eso que Flores para un Ocaso es la voz del  desventurado que acaso es un mendrugo de luz, y ara el aire, y habita el olvido.
Es urgente la lectura y relectura de poesía comprometida políticamente con el desterrado, el desahuciado de la guerra, el desposeído…, y Flores para un ocaso toma partido por los de abajo, por los sin nombre en las listas de desaparecidos, por los anónimos que nunca salen en los noticieros ni son nombrados por el Jet Set de la farándula. Flores para un ocaso no es un manual de poesía ni pretende exhibirse como un grito de moda, es un libro de paz para estos tiempos de búsqueda de la paz, y es una propuesta clara para el desarme de nuestros odios y componendas personales, es un camino que se propone al lector, no sin espinas.         


Alexánder Buitrago Bolívar
Profesor y poeta colombiano




Uno se encuentra la muerte en una taza de café…
                                                                       
Este segundo libro de Omar Garzón, Flores para un ocaso, escribe una topografía del desamparo, del silencio, de la desesperanza, de cierta impotencia, de hombres del campo que trabajan la tierra pero con zozobra, con la sensación de que algo muy malo va a sucederles. Es un país donde es triste vivir, pues el miedo habita todos los rincones, donde se vuelve normal la muerte, morir joven ya no causa impresión es parte de la vida, llegar a viejo es casi un milagro, “Que venga la muerte/ y nos rasgue la piel/nos quite los dedos/nos cierre los ojos/nos rompa lo dientes/ nos bote a la brisa/y nos abandone…” Estos poemas son memoria de diversas regiones del país; El Salado, Tacueyó, Trujillo, Macayepo, Chengue, Caño Sibao, San José  de Apartadó, La Mejor Esquina; poblaciones abusadas, torturadas, desplazadas, desaparecidas. Los mapas son rojos por tanta sangre derramada, los señores de la guerra han hecho sus caminos sobre cuerpos doblegados, ultrajados.
Los caminos que traza “son caminos de jadeos/, caminos como abismos/, caminos de incertidumbre/, caminos sin resguardo…”son habitantes de una geografía del desplazamiento que buscan un lugar donde poder vivir, “caminos soñados con escaleras a las nubes…” se siente un pueblo con ansias de encontrar un lugar libre de vacilación de sospecha.
 Lo lamentable de esta memoria es que todos estos hombres que hacen la guerra son jóvenes, mueren temprano y son capaces de hacer cosas inimaginables con el cuerpo del otro, se ha perdido los mínimos de humanidad, son “animales” voraces que van destruyendo todo lo que encuentran. Para estos hombres de la guerra no han existido limites, “No fue la danza de la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un corazón entre unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era un niño, aún no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron, y un cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un madero”. Torturas, degollamientos y decapitaciones han sido parte fundamental de una larga memoria de ensañamiento y crueldad. Crímenes de lesa humanidad contra la población, este pueblo que ha aguantado todo y más…Casi todas las regiones de nuestro país están habitadas por miles de sombras de jóvenes que murieron temprano, “Y bien, ya estamos aquí
sin decir un solo nombre,/sin cobrar venganza alguna,/acostando nuestras sombras /al lado de los nuestros…”
Sin duda estas imágenes nos hablan de lo que es el horror, de la capacidad de un “ser humano” para saquear, horadar, acabar, y de la capacidad de aguante de una población que ya no tiene nada que perder, sólo su vida y está ya ha perdido todo su valor, casi que se vuelve un triunfo la muerte,  “A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro”.

Este libro también recuerda la memoria de escritores asesinados a temprana edad, Julio Daniel Chaparro, poeta y periodista contaba con 29 años de edad, Yo elegí ser el verso que se pasea con la brisa…”  fue acribillado en Segovia, Antioquia, “por un error” a manos -según dicen- de las FARC, crimen que continua impune. También evoca a su maestro Darío Betancourt Echeverry, - a los 47 años, raptado y asesinado-,  persona clave en la decisión de Omar Garzón de dedicarse a la literatura y específicamente adentrarse en el tema recurrente de la violencia, pues Darío Betancourt fue un investigador e historiador de estos temas; “tras el más amargo llanto… Sus huellas y la mesa aún siguen allí, /y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro”.

Hace parte de esta geografía poética, Palestina y su confrontación sin fin con Israel.  Sus fronteras, los muros que se levantan, el odio de dos pueblos, la invasión y el dominio del pueblo de Israel sobre Palestina, los enfrentamientos, los centenares de víctimas;quedan los malditos cercos que nunca serán mayores que estos montes que darán testimonio de nosotros y los peñascos que gritarán siempre los nombres de los nuestros… Las calles parecen un cementerio de luciérnagas/ Debajo de cada roca se esconde el llanto de algún niño”.

Un tercer motivo de esta búsqueda de Omar Garzón es la vida cotidiana, la ciudad cercada, “Uno se encuentra la muerte en una taza de café…” estos poemas nos dejan la sensación que habitamos un mundo oscuro, donde por mucho tiempo han pasado cosas muy graves y el mundo sigue mirando para otro lado, donde se vive una vida llena de mezquindad, y angustia; un telón de fondo donde aparecen personajes que ocultan su rostro y van decididos a acabar con todo aquel que resulte incomodo,  ante este infortunio, el autor nos propone el poema como un medio de salvación, “Escribir poemas que te salven de la muerte, /que te salven de los ecos del peñasco,/de los dedos afilados de los hombres,/del invierno que padecen los pulmones,/de la tierra cuando se hace sangre seca…”


                                                                                               Eugenia Sánchez Nieto
Filósofa y poeta colombiana