5/26/2014

Sebastián Giraldo



Uso tinta negra

como escritura
para no engañar
mi pacto con la noche,
celosa y laxa.
TU, encrucijada de la tinta
                                               tinto
                                                         cintura
                                                                      sin-tu G
                                                                                     sin tí.
Laberinto luego de la cantina
y cuando es esquina
el papel de soslayo y taciturno
como puente sobre el abismo.
Luego, todo se erosiona hacia mí:
La bóveda celeste es mi ataúd, y la vagina.










Cansado de esta historia

¡Ay!  Caverna extensa
cuan viraje humano es extravío.
Este viaje si acaso es un sueño,
sino una pesadilla:
Cada paso es una distorsión del tiempo.
Se huye,
hay homenaje a la conciencia.
Se besa, se parte.
La orquesta es un indicio bélico.
Con la salida del sol brilla la moneda.
Hay bendición de la selva
con cruzadas de su misma madera.
La poesía quedó insolente,
vagando
en los atrios, inmóvil,
donde engañadora también es la quietud.
Hay más, pero mi agonía
se vistió con boina.







Mi usual baile sexual

Yo, sentado sobre el piso
quedo desnudo ante
el humo de gato,
la lluvia de insecto,
la sensualidad de árbol.
Su fragilidad,
sus acrobacias,
sus ramas juguetonas en cualquier vacío de vulva,
que sustituyen
la consumada nicotina,
y longevo
los minutos ajenos
en las vitrinas.
Un café amargo,
y las paralelas tazas se miran ,
cada vez más cerca,
como por la garganta del abdomen,
como preámbulo a esa gran ceremonia
del infierno y de las estrellas
donde cualquier salvación es veneno.
Es triste la despedida
del polvo cósmico que expulsa mi falo:
Hago un gran esfuerzo para que en la sábana
se tatúe el Gran Cúmulo de Cuásares.
¡Oh Freud!, me gusta como lo haces:
Maté el calvario que mató a Jesús,
y siguen muertos.






Cuando te leo, me embriago

y se abre el lumen,
marea en el himen,
se descubre la solapa.
Se abre la noche,
la esquizofrenia es prospecto,
se cura aparentemente la amnesia
y la epidemia matinal es aguda.








Su sudor lo han tomado

en candilejas fúnebres
y copas descompuestas de oro
tras campocidios:
Jugo usufructo que apetece al foráneo.
Su trabajo es acusado de blasfemia
por desmitificar el fruto prohibido,
atrofia germinada.
Ubérrima semilla es tóxica
al capital
en la medida en que
la obra
de las manos y
del telúrico útero
sea plena.
Es tiempo de ir al Sur,
donde los campos son
panorámicas de crucifijos y
la sangre es máxime de las expansión.
Es tiempo de ir al Sur,
prefijo del Sur-co
para levantar
su hojarasca enmantillada
de cenizas
dispersas, enclaustradas.








Voy a mi correspondencia

Voy a mi correspondencia
donde el conjuro del parto
es conjugación.
Vengo
de islas tristísimas,
de otoños fértiles,
de caracolismos irreverentes,
de un paisaje de octubre,
de la teoría de la vida.
Desde mi nacimiento
soy tan sensible
que hasta mi semen
es altruista.
Y tras la sinfonía del grillo,
muero nuevamente.
Estoy condenado
a que el martillo clave mis pergaminos,
a que el azadón no me considere baldío
para que la ausencia ya no sea biografía.
Camino lugares de plusvalía,
y hasta en sueños me persiguen:
Pernoctación habitual:
Inertes rayuelas innúmeras
comprimidas en una materia.








La deriva suspendida es una cárcel


“He crecido entre los frutos del llanto:
…Opté ser el lenguaje del viento en la desolación”.
Aldemar González


Mis huellas ligeras
lloran los desafíos de la levitación:
El aire apremia
con terrenos arenosos.
La tormenta sepulta mi sudor
en la deriva, para cansarme más.
La tristeza latente es antigua:
Melancolía es mi forma de retorno,
mientras la frustración limite al origen
y el forcejeo penitencie al movimiento.
La deriva suspendida es una cárcel,
hay que probar sabores desconocidos
por el calzado
para asegurar
el vuelo de los fósiles.
Hay que agotar, si es preciso,
toda prenda harapienta
para emancipar la desnudez.
Yo, un barrote

que exhorta la libertad.


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