8/10/2013

Carlos Gerardo Orjuela Betancourt


Carlos Gerardo, poeta de la música que se lee en: Cada nube, cada árbol, cada rostro…


Por: Milton Fabián Solano Zamudio

Carlos Gerardo Orjuela Betancourt, nació el 25 de septiembre de 1.961, en la tranquila y soleada población de, Bolívar, al norte del Valle del Cauca. Sus padres, Floresmiro Orjuela y Avelina Betancourt, campesinos, amantes de la lectura, dieron a sus hijos cucharadas gigantes de magia que Carlos tomó con juicio y placer, para empezar a jugar con las palabras, en medio de: Parodias, imitaciones y cantos a la niñez, muy al estilo de Pombo.
Posteriormente, como él lo cuenta, fue la llegada del amor la que encendió la chispa poética y la lectura de poetas como: Julio Flórez, Carlos Castro Saavedra y José Asunción Silva, enriquecieron su inquietud, siempre vigente, hasta hacerlo un cantor de sucesos invisibles que sólo el ojo sensible del poeta capta y comparte generoso con quienes deseen conectarse con otros universos.
“Quiero inventar un poema de muchos colores,
un poema para que la vida se enamore del amor.

Un poema azul de nubes que se vuelvan lluvia
cuando observen un incendio forestal.

Un poema amarillo para que los niños
jueguen con él a ser niños.

Un poema naranja y rojo donde se quemen
 los odios y las guerras…”

Su poesía, en sus palabras: “Mezcla de lo clásico y lo moderno”, es una búsqueda permanente de asombros y conexión humana, es la favorita de su familia, que siempre le apoya e insta a escribir para sus ocasiones relevantes y es aplaudida y esperada con agrado por quienes hacen el Plenilunio cada primer sábado de mes. Precisamente, fue en Plenilunio donde las alas de este soñador que hace de sus sueños letras y números cantantes, infinitos como las estrellas, se desplegaron en versos y se dieron a conocer por fuera de la intimidad filial, en un sortilegio que él describe, como un re-nacimiento de su ser. De esta manera, ha participado en nueve de las revistas de la Fundación Plenilunio, y en varios de sus recitales sin publicación.

Su trabajo poético ha sido reconocido por la: “Casa de poesía, Salomón Borrasca” siendo finalista en el concurso “Cartas de Amor”, al igual que en el concurso convocado por la casa Pedro Domeq, Colombia.


Carlos Gerardo, nos presenta este libro tejido de lo que es él: palabras. En ese orden de ideas, nos entrega su piel, lo que le vibra dentro y le canta con cabellos largos de nube que presiente un aguacero de versos.  Su poesía, en permanente evolución y revolución, en cuanto a contenidos y sonoridades, nos deja siempre la sensación de reflexión y asombro que se escribe en cada día que pasa y se queda en la espalda de las montañas, como una luz que regresará.

Esta es pues, la semblanza de un hombre, cuya voz quiere encantar a los oídos y ojos cultos, como a los poco instruidos, llevando música que cante a la diversidad que nos permite la vida, con finales contundentes “Para que toda la tierra y los seres que la habitan
sean un solo, enorme y colorido poema”.

Para sus ojos se escribe este preludio, para sus ojos dentro, que seguirán conservando estos versos claros y teñidos de un azul sencillo y profundo como el cielo acuático de Bolívar, Valle.

Que beban los inconscientes
mis mojadas palabras de lluvia
sobre este planeta agua
sobre este cuerpo agua
sobre el agua de mis lágrimas.

Agua somos y cuando  muera
el mar se beberá mis cenizas”.


PALABRARIO

Tengo las palabras precisas
las palabras ociosas,
las generosas
las inconstantes, las inconscientes.

Las palabras para viajar
al fondo de tus sentimientos,
para galopar hasta el cielo
de tus instintos.

Las palabras viajeras
las palabras ajenas
las prestadas palabras
las mezquinas, las odiosas,
las cautivas, las esquivas,
las tuyas, las mías.

Las palabras universales,
las que trascienden,
las infantiles, las graciosas,
las curiosas, las indolentes.

¿Cuántas palabras quieres?
¿De cuántas debo despojarme
para que tus palabras
quieran acariciar las mías…
para que tomadas de la mano
se transformen
en nuestra frase,
nuestra oración

o nuestro más sublime poema?



EL VIAJE DE REGRESO

No son viejas las noches
del estío profundo
donde recorrieron nuestros cuerpos
la exuberancia matutina
del sudor compartido,
de la cómplice caricia,
del guiño enamorado.

No eran sordos los silencios
en el sobrecogimiento sutil
del tiempo desesperado
de la incongruencia del susurro,
de las miradas cansadas;
tiempo de renunciaciones
de enloquecedor hastío.

No dolerán mañana las palabras
ni habrá sobrecogimientos
ni sudoraciones ni vértigos
y nuevos soles florecerán
en la inconmensurable formidable
incongruencia del sentimiento.

No nos diremos nada
ante lo consubstancial de
nuestros retornos.
El sol apagará sus fuegos,
el mar inundará las conflagraciones
en el irreconciliable momento.

No dolerá la piel y el alma será
solo un nudo de alucinaciones.

No existió.  Nadie lo recordará.

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