Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
Jorge Manrique
En 1962 el gobierno de Fidel Castro le otorga una beca para
estudiar cine en Cuba donde se radica con algunos otros estudiantes peruanos.
Estando allí, y después de matricularse como estudiante de Literatura en la Universidad de La Habana, el grupo de becados, entre los que también se contaban
estudiantes de Colombia, Argentina, Bolivia y Chile, fueron conminados directamente
por Castro para fundar grupos guerrilleros en sus respectivos países con el fin
de "extender la revolución comunista en América". Heraud accede a la
propuesta y recibe un entrenamiento militar mínimo en ciudades como Camagüey, Santa Clara, Santiago de Cuba y en la Sierra Maestra de la cual diría "Aquí todo es tan hermoso".
Una vez arriba a la selva peruana proveniente de la isla –ya con el alias de Rodrigo Machado y bajo el mando del Ejército de Liberación Nacional (ELN) –, Heraud y sus seis compañeros sostuvieron una discusión con cinco agentes de la Guardia Republicana en el hotel Chávez de Puerto Maldonado. En el momento más acalorado de la refriega, los agentes abrieron fuego originando un tiroteo entre los dos bandos. Justo en el instante en que los guerrilleros emprenden la huida después de haber asesinado a uno de los policías, dos proyectiles dum-dum disparados por civiles y efectivos de la misma Guardia Republicana impactan en la humanidad de Heraud, uno en su mandíbula y otro que entró en su espalda y le salió por su estómago. Las balas acabaron con la vida del poeta en el río Madre de Dios a la altura de Pto. Maldonado después de que Heraud y su compañero herido Alaín Elías se habían rendido tras sostener casi hora y media de tiroteos. Una vez abatido el poeta, a los policías les pareció correcto propinarle 17 tiros más, por si las dudas, según se puede leer en una misiva que el señor Jorge Heraud Cricet, padre del joven guerrillero, le envió al director del diario La Prensa, señor Pedro Beltrán(1):
Los hechos ocurrieron durante la madrugada del 15 de mayo de 1963.
Una vez arriba a la selva peruana proveniente de la isla –ya con el alias de Rodrigo Machado y bajo el mando del Ejército de Liberación Nacional (ELN) –, Heraud y sus seis compañeros sostuvieron una discusión con cinco agentes de la Guardia Republicana en el hotel Chávez de Puerto Maldonado. En el momento más acalorado de la refriega, los agentes abrieron fuego originando un tiroteo entre los dos bandos. Justo en el instante en que los guerrilleros emprenden la huida después de haber asesinado a uno de los policías, dos proyectiles dum-dum disparados por civiles y efectivos de la misma Guardia Republicana impactan en la humanidad de Heraud, uno en su mandíbula y otro que entró en su espalda y le salió por su estómago. Las balas acabaron con la vida del poeta en el río Madre de Dios a la altura de Pto. Maldonado después de que Heraud y su compañero herido Alaín Elías se habían rendido tras sostener casi hora y media de tiroteos. Una vez abatido el poeta, a los policías les pareció correcto propinarle 17 tiros más, por si las dudas, según se puede leer en una misiva que el señor Jorge Heraud Cricet, padre del joven guerrillero, le envió al director del diario La Prensa, señor Pedro Beltrán(1):
El sacrificio de mi hijo Javier ha sumido a mi familia en el más
profundo desconsuelo, tanto por la forma como ha desaparecido como por la
pérdida de una promesa para la cultura y el pensamiento de mi patria.
Pero mi pena, con ser insondable, se ha agrandado más aún al saber que
mi hijo, que había ido allá urgido por un ideal, arrostrando los más graves
peligros con el más absoluto desinterés, había sido víctima de una cacería
inhumana. Cuando, inerme en una canoa de tronco de árbol, desnudo y sin armas en
medio del río Madre de Dios, a la deriva, sin remos, mi hijo pudo ser detenido
sin necesidad de disparos, más aún por cuanto, su compañero, había enarbolado
un trapo blanco. No obstante eso, la policía y los civiles a quienes se azuzó
les disparaban sobre seguro, desde lo alto del río, durante hora y media,
inclusive con balas de cacería de fieras.
Una bala explosiva había abierto un boquete enorme a la altura del
estómago de mi infortunado hijo y muchas balas más se habían abatido sobre el
cadáver de mi hijo, que con sus 21 años y sus ilusiones, había tratado de hacer
una incitación para que cesen los males que, según él, debían desterrarse de
nuestra patria.
Con apenas 21 años y dos libros publicados, El Río (1960) y El Viaje
(1961) más varios poemas sueltos que después conformarían varias antologías
póstumas, se puede decir que el legado literario de Javier Heraud es el de un
poeta que había encontrado en autores
españoles como Jorge Guillén, Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Pedro Salinas, principalmente, y otros como Pablo Neruda, Bertolt Brecht, T. S. Eliot, Marcel Proust y Hölderlin(2), sus mayores
referencias. Los poemas de Heraud, algunos de corte existencialista, otros de
militancia política (estos últimos de menor calidad como pasa casi siempre, a mi modo de ver, con los poemas que adoptan ese estilo), muestran el trabajo y la disciplina necesarias para
iniciar la búsqueda de un canto consecuente entre lo que se piensa y como se actúa.
Y es en ese canto donde encontramos versos que algunos llamarían premonitorios (Yo nunca me río/de la muerte./ Simplemente/
sucede que/ no tengo/ miedo/ de/ morir/ entre/ pájaros y árboles), pero que
otros ven como la voz congruente de un hombre que murió creyendo en sus
ideales tempranos y su visión del mundo.
Es posible que el Perú haya perdido a uno de sus más grandes
poetas no solo por la obra literaria que Javier dejó, sino por lo que pudo haber
escrito con un poco más de madurez. Quizá, de haber vivido algunos años más, a este
vate peruano de la llamada Generación del 60 le hubiera pasado lo mismo que a muchos de sus contemporáneos que
se divorciaron de la Revolución Cubana por el desencanto que esta les trajo con
el paso del tiempo. De eso no podemos estar seguros, pero sí es una realidad que Heraud murió como un comunista convencido de una causa que nunca abandonó ni cuando dejó las filas del Movimiento Social Progresista (MSP) ni cuando partió de Cuba buscando la muerte sin saberlo.
Por lo que conocemos y sabemos de él, es claro que una
persona como Heraud no estaba hecha para empuñar las armas a pesar de su entusiasmo, conocimiento, disciplina, corpulencia y su estatura de 1.85m. Por este aspecto del poeta, no puedo evitar
pensar en su caso más cercano en Colombia: el cura Camilo Torres. Las vidas de
estos dos grandes personajes tienen aspectos que guardan mucha similitud: La procedencia, la educación, sus ideas políticas, sus luchas, sus muertes... La diferencia en que a
pesar de que los dos encontraron el frío abrazo de la muerte en el monte
durante su primera misión subversiva, Javier ahora adelanta otra
lucha: la de la palabra versificada contra el paso del tiempo y el olvido: No estoy muerto./ sin embargo,/ entre tarde y tarde/ cuando vibran/ los soplos/ del silencio,/ abro mi corazón/ al conjuro/ del viento/ y la palabra,/ y construyo/ casas,/ tierras,/ mares,/ nuevos/ albores,/ nuevas tristezas,/ y callo al final.
Un capítulo aparte merece el poema "El Río" que sería el más famoso texto del poeta peruano. Es el que más llama mi atención por contener una dulzura cargada al mismo tiempo de la fuerza propia de un río caudaloso (en la poesía de Heraud, el río simboliza la vida) que, a pesar de verse algunas veces casi seco, no deja de entonar un canto esperanzador y no deja de enarbolar una voz decidida a continuar su camino a pesar de las piedras que se atraviesen en su cauce (Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas,/ voy bajando por las rocas duras,/ por el sendero dibujado por el viento...) sin importar que su desembocadura sea en el océano (la muerte): Llegará la hora en que tendré que/ desembocar en los océanos,/ que mezclar mis aguas limpias con sus aguas turbias. Sus aguas seguirán naciendo una y otra vez con el paso del tiempo.
Es "El Río" un poema circular: podría comenzar en cualquier estrofa y terminar en cualquier estrofa sin importar el orden que le demos a su lectura. Este tipo de ejercicios solo puede ser desarrollado y bien logrado por alguien que tenga el tacto muy agudo como para reconocer los recovecos y enramadas que implican la elaboración de un texto de la complejidad que vemos acá. Un texto que aparentemente parece simple y sencillo pero que guarda en sus líneas una serie de metáforas, retruécanos, encabalgamientos y anáforas posicionados de una manera tan precisa que el poema no pierde la vitalidad y sinceridad –ni siquiera en sus partes más lúgubres y oscuras– propias de las obras literarias memorables. Este es un poema elaborado por un cuidadoso relojero que no deja ninguna pieza suelta y que no omite ningún conector ni pone una palabra de más o una de menos. Un poema de fácil lectura que debe ser, primero, leído mentalmente para ser analizado e interiorizado y que después debe ser entonado, cantado, gritado, emulando un río caudaloso que trata de develarnos un secreto. Es un texto mágico capaz de transportarnos al paisaje propio que describe sin importar donde estemos. Un poema con cierto hálito whitmaniano (Me celebro y me canto a mí mismo./ Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,/ porque lo que yo tengo lo tienes tú/ y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.) pero de alguna manera mucho más tropical y con una sacralidad que tiende más a lo latino y autóctono que hay en nosotros:
Es "El Río" un poema circular: podría comenzar en cualquier estrofa y terminar en cualquier estrofa sin importar el orden que le demos a su lectura. Este tipo de ejercicios solo puede ser desarrollado y bien logrado por alguien que tenga el tacto muy agudo como para reconocer los recovecos y enramadas que implican la elaboración de un texto de la complejidad que vemos acá. Un texto que aparentemente parece simple y sencillo pero que guarda en sus líneas una serie de metáforas, retruécanos, encabalgamientos y anáforas posicionados de una manera tan precisa que el poema no pierde la vitalidad y sinceridad –ni siquiera en sus partes más lúgubres y oscuras– propias de las obras literarias memorables. Este es un poema elaborado por un cuidadoso relojero que no deja ninguna pieza suelta y que no omite ningún conector ni pone una palabra de más o una de menos. Un poema de fácil lectura que debe ser, primero, leído mentalmente para ser analizado e interiorizado y que después debe ser entonado, cantado, gritado, emulando un río caudaloso que trata de develarnos un secreto. Es un texto mágico capaz de transportarnos al paisaje propio que describe sin importar donde estemos. Un poema con cierto hálito whitmaniano (Me celebro y me canto a mí mismo./ Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,/ porque lo que yo tengo lo tienes tú/ y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.) pero de alguna manera mucho más tropical y con una sacralidad que tiende más a lo latino y autóctono que hay en nosotros:
Yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
Yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta rosa piedra mesa
corazón corazón y puerta retornados,
Yo soy el río que canta al mediodía
y a los hombres, que canta ante sus tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.
Adjunto algunos poemas de Javier Heraud Pérez tomados de varios de
sus libros. Espero que los disfruten.
prólogo
Ha llegado ya el
hombre de los
mares
Señor, abre tu
puerta
Señor, abre tu
corazón
que ha llegado ya
el hombre de los
mares..
El río
Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas,
voy bajando por las rocas duras,
por el sendero dibujado por el viento.
Hay árboles a mi alrededor
sombreados por la lluvia.
Yo soy un río, bajo cada vez
más furiosamente, más violentamente
bajo cada vez que un puente me refleja
en sus arcos.
Yo soy un río un río
un río cristalino en la mañana.
A veces soy tierno y bondadoso.
Me deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de día,
y de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.
Yo soy el río.
Pero a veces soy bravo y fuerte
pero a veces no respeto
ni a la vida ni a la muerte.
Bajo por las atropelladas cascadas,
bajo con furia y con rencor,
golpeo contra las piedras más y más,
las hago una a una pedazos interminables.
Los animales huyen,
huyen huyendo cuando me desbordo
por los campos, cuando siembro
de piedras pequeñas las laderas,
cuando inundo las casas y los pastos,
cuando inundo las puertas y sus corazones,
los cuerpos y sus corazones.
Y es aquí cuando más me precipito
Cuando puedo llegar a los corazones,
cuando puedo cogerlos por la sangre,
cuando puedo mirarlos desde adentro.
Y mi furia se torna apacible,
y me vuelvo árbol,
y me estanco como un árbol,
y me silencio como una piedra,
y callo como una rosa sin espinas.
Yo soy un río.
Yo soy el río eterno de la dicha.
Ya siento las brisas cercanas,
ya siento el viento en mis mejillas,
y mi viaje a través de montes, ríos,
lagos y praderas se torna inacabable.
Yo soy el río que viaja en las riberas,
árbol o piedra seca
Yo soy el río que viaja en las orillas,
puerta o corazón abierto
Yo soy el río que viaja por los pastos,
flor o rosa cortada
Yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
Yo soy el río que viaja por los montes,
roca o sal quemada
Yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
Yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta rosa piedra mesa
corazón corazón y puerta retornados,
Yo soy el río que canta al mediodía
y a los hombres, que canta ante sus tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.
Yo soy el río anochecido.
Ya bajo por las hondas quebradas,
por los ignotos pueblos olvidados,
por las ciudades atestadas de público
en las vitrinas.
Yo soy el río
ya voy por las praderas, hay árboles a mi alrededor
cubiertos de palomas, los árboles cantan con el río,
los árboles cantan con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis brazos.
Llegará la hora en que tendré que
desembocar en los océanos,
que mezclar mis aguas limpias con sus aguas
/turbias,
que tendré que silenciar mi canto luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al alba de todos los días,
que clarear mis ojos con el mar.
El día llegará, y en los mares inmensos
no veré más mis campos fértiles,
no veré mis árboles verdes,
mi viento cercano, mi cielo claro,
mi lago oscuro, mi sol,
mis nubes, ni veré nada,
nada, únicamente el cielo azul,
inmenso, y todo se disolverá en
una llanura de agua,
en donde un canto o un poema más
sólo serán ríos pequeños que bajan,
ríos caudalosos que bajan a juntarse
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas aguas apagadas.
Recuento del Año
Una vez terminado
el año,
procedo a recoger
mis cosas nuevas,
procedo a
reclamar
papeles viejos,
hago al compás
de charlas
amistosas
el recuento del
año,
el recuento de
mis
365 días pasados:
todo se fue
rápidamente,
no hubo tiempo
para la cosecha,
ni para
sembrar el trigo
en los maizales.
Los días volaron
raudamente,
estuve sentado,
leyendo,
o alguna vez
escribiendo
hasta la noche.
No tuve miedo
de la muerte,
no pude sembrar
el amor como
quería,
recogí algunas
frutas caídas
y supuse que
al final moriría
alguna tarde
entre pájaros
y árboles.
No estoy muerto.
sin embargo,
entre tarde y
tarde
cuando vibran
los soplos
del silencio,
abro mi corazón
al conjuro
del viento
y la palabra,
y construyo
casas,
tierras,
mares,
nuevos albores,
nuevas tristezas,
y callo al final
(como
siempre
recordando y
recordando).
mi casa muerta
1
No derrumben mi casa
vieja, había dicho.
No derrumben mí casa.
2
Teníamos nuestra pérgola,
y dos puertas a la calle,
un jardín a la entrada,
pequeño pero grande,
un manzano que yace seco
ahora por el grito
y el cemento.
El durazno y el naranjo
habían muerto anteriormente,
pero teníamos también
(¡cómo olvidarlo!)
un árbol de granadas.
Granadas que salían
de su tronco,
rojas,
verdes,
el árbol se mezclaba
con el muro,
y al lado,
en la calle,
un tronco que
daba moras
cada año,
que llenaba de hojas
en otoño las puertas
de mi casa.
3
No derrumben mi vieja casa,
había dicho,
dejen al menos mis
granadas
y mis moras,
mis manzanas y mis
rejas.
4
Todo esto contenía
mi pequeño jardín.
Era un pedazo de
tierra custodiado
día y tarde por una
verja,
una reja castaña y alta
que
los niños a la salida
del colegio
saltaban fácilmente,
llevándose las manzanas
y las moras,
las granadas
y las flores.
5
Es cierto, no lo niego,
las paredes se caían
y las puertas no cerraban
totalmente.
Pero mataron mi casa,
mi dormitorio con su
alta ventana mañanera.
Y no quedó nada
del granado,
las moras ya no
ensucian mis. zapatos,
del manzano sólo veo
hoy día,
un triste tronco que
llora sus manzanas
y sus niños.
6
Mi corazón se quedó
con mi casa muerta.
Es difícil rescatar
un poco de alegría,
yo he vivido entre
carros y cemento,
yo he vivido siempre
entre camiones
y oficinas,
yo he vivido entre
ruinas todo el tiempo,
y cambiar un poco
de árbol y de pasto,
una palmera antigua
con columpios,
una granada roja
disparada en la batalla,
una mora caída con un niño,
por un poco
de pintura
y de granizo,
es
cambiar
también algo
de alegría
y de tristeza,
es cambiar también
un poco de mi vida,
es llamar también
un poco aquí a la muerte
(que me acompañaba
todas las tardes
en mi vieja casa,
en mi casa muerta).
Yo no me río de la
muerte
elegía
Tú quisiste descansar
en tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
en el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
es soledad entre los
hombres
y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
en tu pecho sólo eran nuestras
de dolor entre tu llanto. Pobre
amigo. No sabías nada ni llorabas nada
Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles
Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reír de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.
Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.
dos preguntas
primera pregunta
"¿En qué
lugar de Lima, la dorada,
vivían los que la
coristruyeron?"
(Bertolt
Brecht)
segunda pregunta
¿Por qué será que todavía existen
infelices que nos
hablan de una Lima
señorial, antigua,
colonial y bella?
¿Por qué
quedan todavía desgraciados
que anhelan sin
cesar la ciudad de los Reyes,
las tapadas, los
balcones, la alameda,
si de eso sólo
queda un basural de hambre,
de miseria y de
mentira?
Ciudad de los
Reyes
de la explotación
y el hambre,
tres veces
coronada por la sumisión,
ciudad triste,
hambrienta, mísera
por todos lados,
salvo pequeños
rinconcitos
donde se canta
"la flor de la canela"
"viva el Perú
y sereno" y se bebe whisky
con hielo y
cocacolas.
Poema en el avión
Si acaso me preguntan
dónde estuve
y si insistentes, quieren
averiguar los sitios que he pisado,
les diré.
"Tres meses son tres años,
tres años son tres días,
tres días son tres horas,
y en verdad, en verdad hablando
sólo salía dar una vuelta
por el parque,
entré al cinema
me tropecé con otras gentes en otras
partes.
Y ya estoy aquí,
nada le ha pasado a nadie,
yo sigo como siempre
admirando los ríos del otoño,
yo sigo como siempre
esperando al verano para maldecirlo,
y conversando con mis viejos
objetos adorados:
y no pregunten más,
que de mí no habrá ya más respuestas".
Bien, yo deberé decirles
a mis amigos "lo he hecho.
Estuve en Moscú.
Aquella vez que volví a casa
me sentí muy derrotado."
Epílogo
Sólo soy
un hombre triste
que agota sus palabras
Poema El Río recitado por Isabel Sánchez.
Canción interpretada por Martina Portocarrero y dedicada a Javier Heraud.
Referencias:
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