12/13/2015

El Evangelio Según Sanmiguel


Nos enseñaron a arrodillarnos
cuando arreciaran los vientos del invierno.
Nos obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se 
/posara
en nuestro pecho.
Aprendimos a temer al fuego
por causa de la danza de sus sombras.
y seguían: ni viento ni lluvia cesaban
a pesar de nuestras súplicas
y la llama y sus sombras
eran muy grandes ante nuestros ruegos.
“¡Crean, crean, hermanos!”
nos decían con las manos llenas
mientras nos apuntaban por la espalda con un puñal
como Abraham a Isaac.
Una vez nos dimos cuenta de la niebla
Aprendimos a no huir.
Así encontramos los ojos tristes de Moisés
entre las uvas fermentadas que impregnaban
                                 /la embriaguez de nuestros labios:
Las aves moribundas
y la hedionda brisa citadina
son el eco de la trompeta apocalíptica
que debemos escuchar aterrorizados
o comiendo palomitas de maíz para distraernos
mientras ellos le roban gemidos infantiles
a la noche que esconden debajo de sus camas
para después humedecerlos con sus lenguas y sus 
/ojos
con esos con los que también nos venden sus tierra 
/prometida
más allá de las estrellas.
Los mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás
antes de convertirse en la sal
de la que están hechos los detractores de Sodoma
que son también los que necesitan de Gomorra
para vender allí su evangelio de la muerte.
De roja sal están hechos sus atriles
sus argollas y vestidos.
De la misma con la que vendieron a Dios
cuando creíamos que él nos oía.
De sangre porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.
¡Un aplauso para los proxenetas del Cristo caído y 
/del resucitado!
Un aplauso aunque nunca nos mostraron su costado
ni la planta de sus pies
ni las palmas de sus manos.
Nos impusieron cerrar los ojos
para entender el mensaje de los ríos
pero el mensaje de los ríos era muy confuso.
Entonces unos pocos nos aventuramos
A separar nuestras pestañas:
Vimos a los muertos pasearse en sus cauces
chocando con las piedras
desnudos
sin rostro.
Entendimos que nada se llevan las hojas
cuando caen
y que no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.

Solo necesitamos entender el canto de los gallos
y el vuelo de las aves
en medio de tanto aullido
de tantos gritos
tantas luces de neón.
Nos enseñaron a desear el sonido de las monedas
cuando chocan entre sí.

Para ignorar la voz herida de los niños
para ignorar las nubes que no vio Adán
para ignorar las aves que salieron de los mares
para no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé
para enterrar al verbo hecho carne
ese que ahora necesita de tu ayuda
porque ya jugó su última carta:
Mandó a su hijo a morir por ti
y lo único que se te ocurrió
fue bañarlo en oro y colgarlo
de tu pecho. Ahora eres salvo.
Nos enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.
Nos enseñaron a rogar para vivir a la sombra de 
/otros hombres.
Nos enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro 
/reflejo en el agua
y así por fin poder matar a Dios.


                                                        A Tomás Sanmiguel



Un poeta es un satélite en constante caída


Poema tomado del libro Un poeta es un satélite en constante caída, editado por Senderos Editores (Bogotá. 2015). En los siguientes en laces podrá leer más textos del mismo libro:



Diseño y diagramación: Carlos Andrés Almeyda.
Dirección editorial: Mario Torres Duarte.
Dibujo de portada: Casabe.
Fotografía de Zaide Garzón.

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