Sergio Gama es escritor,
tallerista, gestor cultural y docente universitario. Filósofo de la Universidad
de Los Andes. Cursó la Maestría en Literatura de la Universidad de Los Andes y
la Especialización en Escritura Narrativa de la Universidad Central. Editor y
Subdirector de la Fundación Fahrenheit 451. Ha publicado en diferentes blogs
especializados, revistas literarias y culturales; y en las antologías
"Cenizas en el andén" y "Literatura Comprimida 2008". 1er
Premio en el Concurso Mundial de Cuento y Poesía Pacifista 2009. Finalista del
Concurso Internacional de Microtextos "Garzón Céspedes" (2008) y
Mención de Honor del Concurso de Microrrelato Esperando a Godot (2008). Autor
de libro de relatos Enciclopedia no
ilustrada de viajes y viajeros (Fundación Fahrenheit 451. 2014).
El cuento y los dos poemas expuestos aquí fueron publicados inicialmente en el blog personal del autor: humoenlaventana.blogspot.com
¿Cómo dijo que se llamaba?
Sí me acuerdo del tipo, llegó con unos 12 más, dizque sus
discípulos, y otro montón que armó unas carpas en el patio y en el jardín. Los
13 se quedaron en un cuarto que era para 16, y me pidieron que no fuera a dar
ninguna de las otras tres camas a nadie. El tipo que ustedes buscan, el jefe,
me cayó bien, así que les hice el favor. Además, era temporada baja y no iba a
llegar nadie. Sí, claro; era como yo de alto, de pelo largo, barba y andaba en
unas sandalias muy bonitas. No es por ser racista ni nada, usted sabe que a
veces la gente lo malinterpreta a uno, pero no quiero decir nada malo… ¿bien?
Listo, yo creo que era judío. Sí, recuerdo lo que hicieron. Se quedaron tres
días, pero no consumieron casi nada y eso que todo se lo dejaba a mitad de
precio; mientras estuvieron acá sólo compraron tres o cuatro pescados y cinco o
seis panes y con eso comieron todos, además me pidieron regaladas dos tinajas de
agua, con las que se emborracharon luego, sin darme nada a cambio. Y ni
siquiera armaron una buena fiesta. Cuando estaban borrachos, el tipo que buscan
se puso a contarles unas historias raras, como fábulas que no iban a ningún
lado, y les hablaba del papá que es rey o va a ser rey y va a tener un reino
raro. Sí, se fue por allá. De todas formas, si ustedes lo están buscando por
eso, yo no le pararía muchas bolas, la verdad me parece que el tipo se tostó,
tiene corrida la teja o se quedó en un viaje de hongos y sólo habla de amor.
Ese es el problema de viajar mucho y meter porquerías, tengo un primo que se
puso en esas y de tanto andar por ahí empezó a decir las mismas pendejadas.
Dele unas semanas y la gente se va a cansar de andar detrás de él. Ah, bueno,
eso sí, el tipo sabe de carpintería, esa silla, en que está sentado, se
tambaleaba horrible, y ahora está perfectica. El tipo es un dios cuando tiene
madera y unas puntillas.
***
Rogelio
Aunque Rogelio sólo es un peluche sin ojos
y con un horrible ladrido robótico,
es un misterio,
un misterio creado por mi perra.
Para ella él es su cachorrito, un pequeño indefenso
que debe conducir a la cama,
que no debe estar por ahí
aguantando frío en la baldosa,
que debe ser resguardado
cuando yo llego de malgenio por el trancón
o por el hambre o por el trabajo
o por las gordas que se paran en la puerta del bus.
Según mi perra el peluche es el niño de la casa
que no debe ver cuando mi novia y yo nos besamos;
según ella él es el niño que no debe quedarse hasta tarde
/donde hay ruido,
pues se desvela.
En esos momentos, ella –abuelamadre–
lo lleva a la cama de adentro,
donde está oscuro y silencioso
y lo acuesta a dormir al son de su respiración.
Enrollada junto a él,
le da el calor de su pecho
envuelto en una camiseta estrenada hace años.
Aunque no lo quiera reconocer,
para ella él es el último poco de vida
que puede regalarle al mundo a esta edad,
cuando las fuerzas y los dientes la abandonan
con cada cambio de pelaje.
Rogelio perdió su ojo derecho primero,
dos días después de haber llegado.
Lo perdió
durante una tarde en que mi perra se entregó a
/conocerlo,
cuando era novedad
y su horrendo ladrido androide la asustaba.
Ahora que ya no es novedad,
cuando Rogelio ladra,
ella corre,
chillando,
diciéndole “mi niño, ¿qué pasa?, ya estoy aquí,
no llores, no te preocupes”.
Algunos días ella insiste
en que le debo dar comida a Rogelio.
Entonces, le parto un trozo de pan
y se lo pongo
en su cabeza de peluche.
Luego ella viene y se lleva a su perro robótico,
pero no se come el pan.
“Era del niño”, me dice,
“y jamás le quitaría algo a mi niño”.
Un día le dije que no me gustaba desperdiciar,
que si Rogelio ni ella se comían el pan,
me lo comería yo.
Entonces se puso furiosa y comenzó a gritar
diciendo que yo era un desconsiderado,
que no entendía nada,
que no entendía la obligación que teníamos con él.
–Pero, ¿cuál es mi lugar?, ¿bisabueloabuelopadre?
Cuando pienso en eso me preocupo
y pienso en botar a Rogelio
a la basura;
no creo ser capaz de criar un niño,
aunque sea de peluche
y tenga forma de perro
y ladrido androide
y le falten los ojos.
Al llegar a casa
le pregunto a mi perra por el peluche,
a veces por seguirle el juego,
a veces porque me preocupa:
siento que él tiene algo mío y debo –¿debemos?–
/cuidarlo.
Mi perra me responde
con una certeza que combina muy bien con las canas
que están haciéndose numerosas en su lomo.
Los días en que llego un poco tarde dice
“estuvo insoportable, como no llegabas ha hecho
/demasiados
males,
ya ordené algunos, pero el tiempo no me dio para todos”;
cuando llego temprano me sonríe asegurando que
“el Rogis –así le dice cuando están de buenas pulgas–
se comportó como un niño grande,
yo creo que ya lo podremos dejar solo un día”.
Las noches en que llego realmente tarde
lo encuentro en la cama de adentro
mientras ella espera
en el estudio,
con el ceño fruncido
y un genio de los mil demonios.
En una noche así
Rogelio perdió su ojo izquierdo,
hoy remplazado por una bolita de algodón
color mugre.
En esa noche mi perra lloraba
por haber castigado tan duramente al niño.
Para calmarla, caminamos mucho,
casi una hora.
No supe qué decir
–¿qué podría decirle
a una abuelamadrehija después de algo así?,
¿qué podría decirme después de algo así?
Desde hace días, cuando me voy a dormir,
me despido de los dos y me siento feliz.
Le rasco la cabeza a ambos,
a mi perra y al peluche androide.
A ella la miro a los ojos
y a Rogelio, a las rasgaduras que dejan ver su relleno,
y ambos se ponen felices.
A veces beso a Rogelio.
***
Monday Hangover Symphony
In front they saw
metal wires.
Some raindrops still falling
from the roofs,
from the eaves,
to the ground,
to the puddles.
My dog snores
and I vomit
on the bathroom.
Sergio Gama y Javier Osuna en la presentación
de Enciclopedia no ilustrada de viajes y viajeros
en Bogotá (2014).
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